Volar en planeador, inolvidable

“Profesor, ¿quiere volar en planeador?”. La invitación me la hacía el ingeniero Ángel Sereni, experto piloto privado y en ese entonces presidente del Aero Club del Ecuador.

Al sábado siguiente a la invitación, mes de julio de 1980, despegamos desde el aeropuerto de Guayaquil, llevándonos al remolque, una avioneta piloteada por el capitán Viteri, otro excelente profesional.

En el planeador el piloto va delante y el pasajero atrás, protegidos por una burbuja de plástico. El piloto tiene bastón de mando, pedales, altímetro, velocímetro, una pequeña radio y pare de contar.

En su construcción, el planeador es elaborado de madera muy liviana, lo cual facilita sus movimientos en base a la habilidad del piloto, ya que al no tener motor tiene que adoptar otro tipo de alternativas.

En otra avioneta viajaba Francisco Faustos, el camarógrafo estrella de Ecuavisa, logrando tomas realmente sensacionales, ya que después él también montaría en el planeador. Nuestro destino era Playas. Volamos a unos 500 metros de altura siguiendo la carretera que va a ese balneario. El vuelo duro 52 minutos.

Al llegar a nuestro destino, nos elevamos a 1.200 metros, fue entonces que el capitán Sereni accionó el mecanismo que nos unía a la avioneta, para separarse de la misma. Inmediatamente empezamos un descenso maravilloso sobre el mar, sintiendo solamente el sonido del viento sobre nuestro asiento de copiloto y haciendo maniobras variadas que daban más emoción al vuelo. Estábamos realmente fuera de este mundo.

Tomamos aproximadamente 12 minutos de vuelo libre, hasta que el capitán Sereni enfiló hacia el campo de aterrizaje de Playas, propiedad de la familia Estrada.

El planeador tiene una sola rueda central bajo su fuselaje, un patín de cola y dos ruedas pequeñitas en las puntas de las alas para evitar su deterioro cuando el planeador toca tierra.

Un gran apretón de manos con los protagonistas de esta aventura selló una emoción que nunca más he vuelto a repetir.