Viento espanol
“Me encanta Barcelona, es mi primera vez en España”. “Esto no es España, es Cataluña”. Parte de la problemática de la situación catalana es que desde el exterior vemos a un Estado. Sin embargo, ese pequeño diálogo, tan usual entre extranjeros y catalanes, demuestra la esencia del conflicto. Diferentes perspectivas. Maneras antagónicas (y por lo tanto, incompatibles) de ver una misma situación. Ada Colau, alcaldesa de Barcelona, pidió esta semana a la UE que intervenga en el conflicto entre los gobiernos catalán y español. Lo que parece un acto inofensivo y de sentido común, se complica si realmente analizamos su discurso: conflicto entre los gobiernos. No entre una municipalidad y el central. En sus declaraciones la situación es entre “dos iguales”. Entre dos Estados soberanos. La no intervención en política interna de un Estado carecería de valor porque en su imaginario no son parte de él, visión radicalmente opuesta a la de Madrid. Para la capital no hay “dos Estados”, hay una sola jurisdicción y por tanto los independentistas que actúen ignorando la autoridad constituyen rebeldes. Para unos el referéndum que se celebrará el domingo es un derecho legítimo, para los otros un quiebre con la legalidad. De ahí que Rajoy haya decidido enviar a la Policía Nacional a Cataluña como defensores de la ley. No hay que ser un gran estratega para adivinar qué efecto tiene la movilización de la fuerza en la población. Los grupos independentistas se alimentan de eso, de la opresión de La Moncloa, de la negativa del “otro” a dialogar, de la soberbia imposición española. Y eso propagandísticamente, vale oro. Incluso para los catalanes que quieren mayores libertades, pero que les gustaría continuar como parte de España. Tengan cuidado de perder a esos indecisos. Están dando evidencia irrefutable de que las acusaciones de esos “independentistas extremistas” algo de razón podrían tener. “No nos dejan votar”; para quien clama la libertad no hay peor vejación que esta. Entiendo la lógica detrás de las decisiones del Estado, pero nunca antes se han adornado Las Ramblas con tantas banderas catalanas. Tal vez, sin quererlo, ondeadas con viento español.