Se vienen cargos formales

Cuando la semana pasada se conoció la nómina exacta de unos documentos requeridos por Robert Mueller, fiscal especial a cargo de la investigación federal sobre el papel de Rusia en la elección estadounidense de 2016 y la posible colusión del equipo de campaña de Donald Trump con el Kremlin, un escalofrío recorrió la ya temblorosa Casa Blanca de Trump. Los documentos solicitados se refieren a asuntos bien conocidos, que pueden llevar a que Trump sea acusado de obstrucción de la justicia, o probar que su equipo de campaña tenía, como mínimo, interés en colaborar con los rusos. La acusación (posible o incluso probable) de obstrucción derivaría de diversos intentos de Trump por obstaculizar la investigación. En particular, cuando pidió al director del FBI, James Comey, que no investigara a fondo a Michael Flynn, general retirado, ex asesor nacional de seguridad, a quien despidió a su pesar por haber ocultado al vicepresidente Mike Pence la verdadera naturaleza de sus conversaciones telefónicas con el embajador ruso tras la elección. Pence procedió a asegurar al país que Flynn y el embajador solo habían intercambiado mensajes intrascendentes. Pero en realidad hablaron de la posibilidad de que Trump anulara las sanciones impuestas por el presidente Obama a Rusia en castigo por su interferencia en la elección. Mueller quiere saber si estas conversaciones fueron con o sin conocimiento de Trump, quien también pidió a importantes figuras de la inteligencia estadounidense que trataran de convencer a Comey de tenerle indulgencia a Flynn. ¿Por qué estaba tan interesado en protegerlo? ¿Tendrá información delicada sobre el presidente? En mayo Trump despidió a Comey, decisión que fue seguida por confusas explicaciones de auxiliares de la Casa Blanca. Pero en una entrevista posterior en TV, Trump masculló que al despedir a Comey, lo hizo pensando en “el asunto de Rusia”. Al día siguiente, en la Oficina Oval, dijo a altos funcionarios rusos que el despido de Comey le había quitado una “gran presión” de encima. Que un presidente despida a quien lo investiga no es buena idea, como aprendió Richard Nixon con Watergate. Pero Trump no es el único a quien la investigación de Mueller expone a acusaciones penales. También están en la mira su ex jefe de campaña, Paul Manafort, y el yerno de Trump, Jared Kushner. Además de investigar las actividades de Kushner en la campaña, se cree que Mueller también está mirando muy de cerca sus cuantiosos negocios inmobiliarios en los que Kushner acudió a prestamistas extranjeros, entre ellos un banquero ruso cercano a Vladimir Putin. También está pasando revista a los negocios de Manafort, que incluyen proyectos en todo el mundo, deudas, fondos ocultos en paraísos fiscales, sospechas de lavado de dinero, etc. El hijo del presidente, Donald Trump Jr., también está a tiro del escándalo. Una abogada rusa íntimamente vinculada con el Kremlin, le ofreció información comprometedora sobre Hillary Clinton. Allí se habló de las sanciones a Rusia y otros asuntos importantes para el Kremlin. Trump lleva más de un año insistiendo con que no tiene intereses comerciales en Rusia y que no recibió préstamos rusos. Pero su blandura hacia Putin sigue siendo desconcertante. El fiscal Mueller no se detendrá hasta estar satisfecho con lo que averigüe.