Venezuela agonistes
Por su naturaleza, las cifras económicas, al igual que los datos médicos, nos revelan información abstracta y especializada. Pero así como detrás de los datos médicos hay enfermedad, dolor, y causas de muerte, detrás de las cifras macroeconómicas hay desolación, desempleo, inflación, deudas impagables, y tensiones sociales -todos compañeros de la economía fallida.
Venezuela es paradigma de destrucción. Diecisiete años de socialismo y un trillón y medio de dólares de ingresos petroleros prueban que la disfuncionalidad ideológica, la ignorancia, el abuso del poder y la corrupción como forma de gobierno son suficientes para liquidar cualquier riqueza, o nación. Hoy el país cuenta con $5.000 millones de reservas líquidas, y tiene que pagar $18.000 millones hasta 2017. Sus benefactores chinos les dieron la espalda manifestando que la crisis venezolana es un tema de competencia interna. Las importaciones han caído 60 % desde 2012 y las exportaciones apenas sumaron $247 millones el primer trimestre del año. No hay plata para pagar la impresión de los devaluados billetes y la acuñación de monedas inservibles. El racionamiento eléctrico lo resuelve el Gobierno decretando vacaciones forzadas que cuestan $2.500 millones diariamente en producción perdida. La inflación de 700 % tiene perspectivas de escalar a 2.000 % en 2017, mientras la economía se desploma por tercer año consecutivo y el sueldo básico es de $10 al tipo de cambio de la calle. Es tal el grado de estrangulamiento que, descontando la inflación, el gasto público ha bajado en 37 % desde 2012, cotejado con un déficit fiscal de 20 % del producto. ¡La carestía empezó cuando el petróleo se cotizaba por encima de $100!
Mas las cifras se quedan cortas cuando la hecatombe se la aprecia al nivel de la gente. En Venezuela estar enfermo es posible sentencia de muerte; la mortalidad infantil se ha disparado y los deudos de los muertos, de cualquier edad, deben enfrentar la escasez de ataúdes. Caracas es la ciudad más violenta del mundo. Los niños abandonan la escuela para hacer las largas colas y comprar víveres. Los industriales enfrentan cargos y penas de cárcel si proveen a sus empleados de papel higiénico. En el colmo de la desdicha se han perdido, por robo o mal manejo, más de $20.000 millones en alimentos, sin contar con los más de $350.000 millones que se esfumaron a los “paraísos fiscales”, producto del lavado de activos y el narcotráfico. Después de la expoliación, la desigualdad de los ingresos está en su punto culminante: los boliburgueses allegados al Gobierno no son considerados exitosos si sus chequeras no muestran, por lo menos, saldos de nueve cifras.
Miguel Ángel Landa, autor venezolano, lo expresa con profundo sentimiento cuando dice sentirse como un extraño en su propia casa pues “nos cambiaron la comida, los olores de nuestra tierra, los recuerdos, los sonidos, las costumbres sociales, los nombres de las cosas, los horarios, nuestras palabras, nuestras caras y expresiones, nuestros chistes, nuestra forma de vivir el amor, los negocios, la parranda o la amistad”. Pero la tormenta pasará. Venezuela remontará la pesadilla del presente socialista y la enterrará en el ignominioso pasado.
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