Utopia

Si los ecuatorianos hubiésemos evolucionado intelectualmente lo suficiente, si los dogmas ideológicos y los sectarismos no nos amarrasen tanto al pasado confrontador, acaso el destino de la educación sería diferente y otras realidades pudieran vivirse y gozarse.

En todo caso, siempre hay espacio para las utopías, siempre hay espacios para imaginar cosas distintas que a lo mejor nunca lleguen, que a lo mejor jamás se produzcan, pues la mezquindad y el egoísmo se esmeran en frustrar con barreras, con trampas, con subterfugios, el mero hecho de su posibilidad. Parecería romántico lo que decimos, pero es que estimados lectores, hace pocos días dejamos volar la imaginación y comenzamos a ver diferentes realidades, tristes y hoy pesadas de cargar. Echando una mirada sobre tantos hermosos edificios, sobre esas unidades del milenio ciertamente gratas a la vista, las vimos manejadas por entidades como Fe y Alegría, por ejemplo, y las soñamos distintas y las imaginamos diferentes, sirviendo al cien por ciento, justificando su existencia y creación, trascendiendo, de edificio a forjas de intelecto, cumpliendo a cabalidad su razón de existir.

Si al menos lo público no nos fuera ajeno, si al menos lo de todos, lo del Estado, nos fuese propio y lo cuidásemos y atendiésemos como nuestro, cuántas cosas cambiarían en el diario quehacer de la educación pública, pues hoy, lamentablemente, pagamos el precio de lo que no es de nadie porque simplemente es del gobierno de turno y sea él quien deba hacerse cargo y solucionarlo.

Las utopías no son del todo malas, aunque puedan parecer inconvenientes. Seguramente alguien ya se rasgará las vestiduras viendo a ONG, comunidades religiosas, etc., manejando y conduciendo la educación fiscal; pero si lo que queremos es educar y bien, si lo que queremos es que todo funcione adecuadamente, debemos estar claros en que aquello que nos mata es ese universo inconmensurable y difícil de gobernar, que es la educación fiscal.

Profesores de fuste y laicos han existido siempre, pero ciertamente es muy difícil que se multipliquen por 120.000, que son los enrolados.