La unidad nacional como utopia

No lleva a buen puerto, ni a las personas ni a los países, esa muy frecuente tendencia a pensar con el deseo que permite expresar: yo creo, cuando debería decir: yo quiero.

Tal vez por eso, otra gran utopía está dada en la creencia vanidosa de que es posible efectuar análisis políticos consistentes. Intentarlo no es realista. Como en la gran tradición novelística latinoamericana del llamado “boom”, la realidad política supera en fantasía, en magia, a la más exuberante imaginación y es más volátil que los precios del petróleo o la estabilidad emocional de algunos de los líderes que conducen dicha resbaladiza condición.

Pese a ello, algunas situaciones están esclarecidas por la experiencia cotidiana. Una de ellas es la ausencia de una real unidad nacional. Ni siquiera, como se está probando en los trágicos días que corren, una catástrofe de la magnitud de la recientemente sufrida, la ha hecho posible. Continúan primando los apetitos individuales sobre los afanes colectivos y la solidaridad se convierte en una retórica vacía cuando se la mide con parámetros de altruismo.

Por supuesto, ocurren excepciones. Sirven para justificar la regla y no se visualizan en quienes deberían predicarlas como ejemplo para orientar las conductas. Por ello, con facilidad se pierden los papeles. El comportamiento no se guía por la espontaneidad surgida de los valores afirmados a lo largo del tiempo, aquellos genéticamente heredados o adquiridos en razón de la ética cultivada. No, se actúa, nunca mejor dicho. Se actúa, pensando en los resultados de la acción, medidos en beneficios políticos o económicos. Se actúa evidenciando una triste condición humana, carente en sus manifestaciones de cualquier forma de grandeza. Por ello, como no cabe únicamente lamentarse, la catástrofe que afecta al Ecuador como un todo, debe ser, todavía es oportuno invocarlo, el factor catalítico de una auténtica unidad nacional que ahora, aunque trágicas, adquiere razones más que suficientes para consolidarla sin dilaciones.

Quienes conducen el destino del Ecuador, en los distintos niveles de responsabilidad a su cargo, son los llamados a predicar con el ejemplo.

Si gobernar es rectificar, brillante es todavía la ocasión para hacerlo, sin sombra de humillación, por el contrario, evidenciando grandeza. Ojalá.