Trump y un mundo de desconfianza
Existe una crisis de confianza pública en las instituciones cívicas (incluidos gobiernos, parlamentos, tribunales y medios de comunicación); es un factor central del ascenso de Donald Trump y figuras como él alrededor del mundo. Independientemente de los resultados electorales, seguirán encontrando el apoyo de votantes mientras persista la crisis. No es un problema nuevo. Un estudio de 2007, encargado por el foro de las Naciones Unidas, mostró un patrón “generalizado”: en casi todas las llamadas democracias desarrolladas e industrializadas ha bajado la confianza pública en el Gobierno a lo largo de las últimas cuatro décadas. En los 90 hubo un declive incluso en países bien conocidos por su sólida confianza cívica, como Suecia y Noruega. En Estados Unidos, la última encuesta de Gallup sobre “confianza en las instituciones” arrojó caídas de dos dígitos en la confianza desde los 70 (o la medición más temprana disponible) para 12 de 17 instituciones, como bancos, el Congreso, la Presidencia, las escuelas, la prensa y las iglesias; la confianza aumentó para cuatro de las instituciones restantes de manera moderada, y de manera significativa solamente para una: el Ejército. Como antropólogo social formado en Europa del Este en los últimos años del comunismo, pude observar de primera mano lo que ocurre en una sociedad carente de confianza cívica. La gente veía las instituciones formales con un profundo escepticismo y se retiraba a espacios sociales protegidos: círculos informales, estrechos (y cerrados) de amigos, familiares y aliados en los que podían confiar para obtener noticias, información y mucho más. Los jóvenes veían pocos alicientes para invertir en su futuro y los mayores sucumbían a índices alarmantes de suicidio y consumo de drogas. En la actualidad vemos similitudes con algunas tendencias alarmantes en EE. UU., Europa y otros lugares. En la campaña presidencial de 2016 en EE. UU. muchos votantes claramente creyeron (y no sin razón) que el sistema estaba amañado. Pero democracia y desconfianza pueden ser una combinación peligrosa, porque la gente que se enfrenta a complejos problemas políticos y económicos no siempre dirige su rabia al objetivo correcto. Los profundos cambios económicos y tecnológicos vividos en las últimas décadas (junto con la privatización, desregulación, digitalización y financiarización) han dado aún más poder a las élites, permitiéndoles perfeccionar su capacidad de influencia a través de centros de estudios y organizaciones filantrópicas, cabildeo en las sombras, soluciones alternativas que socavan los procesos estándares, financiamiento de campañas y apariciones de “servicio público” para promover sus intereses. Si bien esta “nueva corrupción” suele ser técnicamente legal, es prácticamente opaca y altamente corrosiva de la confianza pública. El resultado es estremecedoramente familiar para cualquiera que haya estudiado la historia de Europa del Este. La confianza es fundamental para la prosperidad de una sociedad y gran parte de Occidente necesita recuperarla con urgencia. Sin embargo, sus sistemas políticos seguirán en crisis constante hasta que sus élites se sientan lo bastante vulnerables como para dejar de ignorar las necesidades de aquellos a quienes han dejado atrás.
Project Syndicate