El triunfo de la “Post-verdad”

a propósito de su abstención en el reciente plebiscito celebrado en Colombia para aprobar o no los acuerdos de paz firmados en La Habana entre el Gobierno y las FARC, Mauricio Vargas, en su columna editorial de diario El Tiempo de Bogotá, utilizaba el concepto de “Post-verdad”, para caracterizar a las campañas políticas actuales, donde “no importa si lo que se diga es verdad o no, sino que basta con que las declaraciones se sientan que pueden ser verdad”.

Vargas mencionaba a la revista The Economist de septiembre de este año, que explicaba desde el concepto de “Post-verdad” los discursos de líderes políticos como Donald Trump, los partidarios del “brexit”, Putin en Rusia o Erdogan en Turquía, donde el interés es promover sensaciones, no justificar hechos.

Alguien podría decir que los políticos siempre han mezclado verdades con mentiras. Pero eso es cosa del pasado. “Antes”, señala The Economist, “el propósito de la mentira política era crear una falsa visión del mundo. Las mentiras de Mr. Trump no van por ahí. No tratan de convencer a las élites en quienes sus votantes no creen o les disgustan, sino de reforzar prejuicios”. De impactar a los que escuchan y asegurar sus prejuicios así sea promoviendo leyendas panfletarias o alegando conspiraciones galácticas permanentes, como Nicolás Maduro.

Así, Trump pudo proclamar sin problemas que el presidente Obama era el fundador del Estado Islámico y que Hillary Clinton era su cofundadora o que el certificado de nacimiento del presidente era falso. El objetivo según la revista era claro: las mentiras se lanzan con la condición de que suenen correctas o porque deben o deberían ser verdad. Así, la divisa de Putin podría resumirse según el seminario británico en “Nada es verdad y todo es posible”.

Reunir pruebas, tratar de establecer relaciones entre lo que se dice y lo que sucede, apelar a los hechos en la época de la “Post-Verdad” no solo resulta ingenuidad política sino sobre todo incompetencia.

La era de la “Post-verdad” está más cerca de Nietzsche que de Aristóteles.

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