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La tragedia venezolana

La situación de Venezuela es conocida en ámbito mundial. Día a día los medios de comunicación colectiva nos ofrecen el triste espectáculo de la migración de los más pobres de ese país. Solo los inconscientes, por sectarios o perversos, pueden decir que esa migración no muestra nada y que son los pelucones los que dejan la patria del Libertador. Los pelucones, cabe aclararlo, hace tiempo que están en Miami u otras ciudades de los Estados Unidos. Los pobres, en cambio, son los que se ven vendiendo jugo de naranja en Guayaquil, Lima o Santiago de Chile.

¿Cuesta tanto aceptar que Maduro es un gobernante corrupto, vinculado al tráfico de drogas y que mantiene sometido a su pueblo a una dictadura militar rapaz y mentirosa, que clama por la protección del papa Francisco cuando le conviene, pero se burla de la Iglesia cuando esta busca la paz y la justicia?

¿Cuesta tanto darse cuenta de que el Gobierno de Venezuela exhibe, al menos, los mismos defectos que los que durante una década sufrimos los ecuatorianos?

¿Qué estará haciendo falta para que se acepte que a nombre de un proyecto político que ni su creador asume ahora como digno de ser defendido, se mantenga esclavizado al pueblo de donde salieron algunos de los que le dieron libertad al continente?

¿Por qué se considera válido decir que luchar por la cesación de un régimen tiránico solo responde al cumplimiento de consignas imperialistas, cerrando la mirada a cuestiones que están a la vista?

Sin duda, ciertas posturas sobre Venezuela, incluyendo desgraciadamente la de la Cancillería ecuatoriana, están sesgadas por un compromiso político que por sobre los intereses de sus pueblos coloca el de sus visiones ideológicas, sin asumir, en función de los resultados que han llevado a la miseria a un país rico, que los propios creadores del llamado socialismo del siglo XXI han abjurado de su viabilidad.

Es tiempo ya de que el Ecuador revise su posición respecto a la situación venezolana y en conjunto con los países de la región evite males mayores, tal cual la vergüenza continental de verla invadida por tropas extranjeras. Mientras tanto, y teniendo como ejemplo el caso Assange, debería permitirse que los venezolanos residentes en nuestra patria tengan la libertad de pronunciarse sobre los sucesos de su país, sin miedo a ser deportados.