Tom Hollihan

Tom nunca dejó de sonreír, de amar, de ser humilde, de ser transparente y de disfrutar de bailar.

Mi hermana y yo crecimos con la frase indisoluble de Tom e Inge como los mejores amigos de papá y mamá: paseos con los Hollihan, viajes con los Hollihan, Mar Bravo con los Hollihan, fines de semana con los Hollihan. Era donde los Hollihan el lugar en el que nos refugiábamos mi hermana y yo en los innumerables incendios de la casa de las calles Chimborazo y Clemente Ballén. Y cómo olvidar las fiestas binacionales con los Hollihan... En fin, crecimos al amparo de esa imprescindible amistad que solo separó la muerte, que se llevó primero a papá, luego a mamá y esta semana a Tom.

El hecho es que Inge y mamá habían formado una hermandad en las aulas de la escuela de danzas del profesor Maugé cuando eran recién niñas y mantuvieron siempre la esencia más pura del amor fraterno. Luego, mujeres inteligentes ambas, lo pasaron a sus esposos e hijos.

Así llegó Tom a darnos a todas las más puras lecciones de vida que un jefe de hogar pudo dar. Tom lo dejó todo en su país de origen por amor a Inge. Formó una familia ejemplo, de la cual Thomas, Karen, Mike, Mark y Heidi, deben estar mil veces orgullosos. En la época en que solo los hombres brillaban... Tom fue pionero, igual que mi padre, en aplaudir en primera fila los logros e iniciativas de esas dos valiosas mujeres que Guayaquil reconoce: sus esposas.

La vida franca, abierta, responsable y trabajadora de los ciudadanos de los Estados Unidos de América encontró en éste ser humano su mejor modelo de exportación. Conocer a Tom Hollihan fue entender la grandeza de esa nación hermana.

En el funeral de Tom oímos las palabras de Mark Edward a nombre de sus hermanos, que nos remecieron a todos. En misa este domingo la palabra de Dios decía: “Sed como niños”. ¡Qué coincidencia, pues Tom nunca dejó de sonreír, de amar, de ser humilde, transparente y de bailar!