Yo el Supremo

Los emperadores bizantinos eran considerados la imagen misma de Dios, por lo que, además de exigir adoración, sus leyes eran “revelaciones celestiales”. Para dirigirse a tan divinos personajes se debía usar la fórmula “Vuestra Eternidad”.

Los príncipes malayos de Sumatra se denominaban Amos del Universo “cuyo cuerpo brilla como el Sol; a quien Dios ha creado tan perfecto como la luna llena; cuyos ojos brillan como la Estrella del Norte; que, al elevarse, arroja sombra sobre todo su dominio; cuyos pies huelen dulcemente” y un largo etcétera. Jean-Bédelel Bokassa, quien en 1976 se declaró emperador de África Central, representaba en sí el sueño de todo dictador: él era la encarnación de su país, su pueblo y su partido político. Su título completo era “emperador de África Central por la voluntad del pueblo centroafricano, unido al partido político nacional, el Movimiento de Evolución Social del África Negra”. El dictador ugandés Idi Amin, quien en su delirio de grandeza reclamó el trono de Escocia, se hacía llamar “Su Excelencia, el presidente vitalicio, mariscal de campo Al Hadji doctor Idi Amin Dada, vicecanciller, caballero de la Orden Distinguida de Inglaterra, maestro en ciencias, señor de todas las bestias de la tierra y los peces de los mares, conquistador del imperio Británico en África en general y Uganda en particular”. El título completo de Haile Selassie, último monarca de Etiopía, era “rey de reyes, señor de señores, león conquistador de la tribu de Judá, elegido de Dios, protector de la fe”, ya que consideraba que su dinastía provenía directamente de la reina de Saba y de Salomón.

Desde los reyes bizantinos hasta El Supremo, como se hacía llamar el dictador de Paraguay, José Rodríguez de Francia, o el Amado Líder norcoreano, no hay mucha diferencia ni distancia. La historia nos presenta tristemente a muchos pueblos que tienen la desgracia de ser gobernados por reyes, emperadores o dictadores, quienes, aparte de la vanidad y la mediocridad, tienen la necesidad de reafirmar su dudosa legitimidad ante sí mismos y ante los demás mediante el uso de pomposos títulos.