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El silencio de los corderos republicanos

El silencio de los corderos republicanos

En los años 1960, el poeta disidente Alexander Galich escribió sobre la complicidad muda de los apparatchiks soviéticos en los crímenes de Joseph Stalin, especialmente las Grandes Purgas en las que millones de personas fueron detenidas o murieron en el Gulag. Nunca habría imaginado que esas líneas también pudieran resonar en Estados Unidos. Pero el presidente Donald Trump ha cambiado la percepción general de lo que es posible. Aún si su presidencia se acelera rápidamente al abismo, los principales líderes del Partido Republicano se han mantenido mayormente en silencio. Entre ellos está no solo el líder de la mayoría del Senado, Mitch McConnell, y el senador Lindsey Graham, sino también el expresidente George W. Bush, James Baker y Dick Cheney. Su lealtad a los “valores republicanos” enquistados desde la época de Ronald Reagan -bajos impuestos, una regulación ligera y conservadurismo social- los ha convertido en cómplices en el daño que la administración Trump le está infligiendo a EE. UU. y al mundo. Esos valores republicanos no se han traducido en beneficios económicos para el estadounidense común en las últimas décadas. Es más, la invasión de Irak liderada por EE. UU. en 2003 durante la presidencia de Bush dañó seriamente la postura internacional de EE. UU., y los gobiernos nacionalistas en Rusia, Turquía, Hungría y otras partes cada vez más pusieron en tela de juicio la moralidad de su liderazgo global. En el gobierno de Trump, un hombre sin ningún tipo de brújula moral, las prioridades en materia de políticas de los republicanos no han cambiado, pero cualquier apariencia de “valores” que quedara se ha desvanecido. La traición de los aliados por parte de Trump, la negación de la interferencia de Rusia en las elecciones presidenciales norteamericanas de 2016, su afinidad con los neonazis y los supremacistas blancos y su incapacidad de distinguir entre su cargo y sus negocios deberían disuadir a cualquier republicano de desempeñar funciones en esta administración o defenderla. Sin embargo, incluso aquellos funcionarios con preocupaciones evidentes sobre Trump han terminado ayudando a normalizar su presidencia. La desastrosa política exterior de Trump -peor que la de George W. Bush- le ha costado a EE. UU. la confianza y el respeto del mundo. Muchos también habían esperado con ansias la resistencia de varios ex líderes militares de EE. UU. que se han desempeñado en la administración Trump. Aunque Trump inicialmente los llamó “mis generales”, luego los destituyó tras pelearse con cada uno de ellos. Ahora, finalmente, algunos de los que ofrecieron resistencia están empezando a hablar. El último republicano en resistir es John Bolton, el tercero de los asesores de seguridad nacional de Trump, que dejó la administración en septiembre y que también, supuestamente, está trabajando en un libro revelador. La reciente oleada de “resistencia” llega un poco más que tarde. Estos “resistidores” silenciosos nos quieren hacer creer que anteponen a su país cuando, en realidad, la presidencia de Trump dividía aún más a EE. UU. y al mundo. Antes de apresurarnos a abrazar a Bolton y otros porque ahora son anti-Trump, veamos si tienen el coraje de asumir responsabilidades por su complicidad previa.