Los rohinyas

Ni Aung San Suu Kyi, presidenta de Myanmar (antigua Birmania), ni el papa Francisco cuando hace unos días visitó ese país, se atrevieron a mencionar por su nombre a los rohinyás, la minoría étnica musulmana que habita en el oeste de Myanmar, y tampoco a las acusaciones de “limpieza étnica” contra ella por parte de milicias budistas extremistas y soldados birmanos, como lo denunciaran y pidieran a Francisco grupos defensores de derechos humanos. Los medios daban la noticia de que 620.000 rohinyás se refugiaron en Bangladesh huyendo de la violencia desatada en su contra. Francisco, para evitarse problemas según se especula, lo que no es usual en él, ni debe serlo dada su alta investidura religiosa que lo pone en un plano superior al político, se limitó a pedir “respeto para cada grupo étnico y su identidad”. Suu Kyi, premio Nobel de la Paz y criticada precisamente por su falta de empatía hacia los rohinyás, ante Francisco se comprometió en términos un tanto elusivos por su falta de concreción: “Nuestro gobierno tiene como objetivo realzar la belleza de nuestra diversidad y reforzarla, al alentar la tolerancia y garantizar la seguridad para todos”. Pero quizá lo más preocupante sea que los rohinyás, pese a su gran número, son una minoría que “no está reconocida” como una de las 135 minorías étnicas que conforman el país. Como la ley no los reconoce, es como si de hecho no existieran. Perdieron la ciudadanía por ley en 1982 y hoy son “apátridas”, inhumana entelequia inventada por el derecho y la praxis internacional. La mayor comunidad de apátridas del mundo. Los “parias” de Myanmar. El Estado les prohíbe casarse o viajar sin permiso de las autoridades y no tienen derecho a poseer tierras, ni propiedades. Esto en pleno siglo XXI. Insólito y vergonzoso. Pero el mundo está acostumbrado a desenvolverse así, con brutal indiferencia y falta de solidaridad humana hacia otras comunidades de menor desarrollo, pese al colosal avance tecnológico y científico, que se suponía solucionaría paulatinamente los problemas del mundo. Por desgracia, la condición humana y la voracidad imperial de las grandes potencias occidentales han cambiado muy poco. Hay que identificar quién es verdaderamente el enemigo.