Roberto Gilbert F.: “No creo en la angustia, peleo con la muerte todos los días”

Roberto Gilbert F.: “No creo en la angustia, peleo con la muerte todos los dias”

El especialista es nieto del fundador de la Clínica Guayaquil e hijo de uno de los pioneros de la cirugía en Ecuador. Hoy, que el sanatorio está de aniversario, EXPRESO habla con él de su entrega y don de servicio, y de la importancia del sanatorio, su

A los seis años Gilbert Febres-Cordero ingresó por primera vez a un quirófano para ver cómo su padre intervenía a un paciente; a los 7 le puso su primera inyección intramuscular a su abuelo; y entre los 8 y los 10 años dio su primer masaje de corazón. El profesional, quien lleva administrando la clínica 25 años, realiza en promedio más de 400 cirugías al año. Jamás le ha tenido miedo a la sangre. No le incomodan los gritos de dolor. Siempre tuvo la idea de ayudar a la gente. Hace lo que siempre soñó.

- En alguna ocasión escuché decir que los pacientes son para usted y su familia, los fundadores del sanatorio, el centro de su universo. En estos casi 100 años de historia, ¿cómo han logrado mantener vigente ese lema?

- Trabajando todos los días, de sol a sol y sin horarios. Sin fines de semana, feriados, Navidades, ni cumpleaños. He suspendido viajes y, a causa del trabajo, mi esposa se ha quedado engalanada.

- Pero todo ha valido la pena...

- En efecto, muchísimo.

- Su abuelo, Abel Gilbert Pontón, y su padre, Roberto Gilbert Elizalde, fueron los precursores del sanatorio y sus maestros. ¿Qué enseñanzas obtuvo de ellos? ¿Cuáles han sido las más importantes?

- Fui entrenado para servir y proveer curación. Tuve la suerte de entrenarme con mi padre y luego en el primer mundo (tres años en Suiza, dos en Estados Unidos). Llevo 66 años en esta clínica, puesto que nací y viví aquí por 14 años. Con mi familia aprendí todo, a hacer funcionar esta casa. Aprendí a tener la obligación de sanar. Y cuando no pueda hacerlo, a tener la obligación de aliviar.

- En su lista de pacientes constan alcaldes, artistas, presidentes... ¿Guarda anécdotas con ellos? ¿Recuerdos? ¿Detalles?

- Por supuesto. A mi padre y a mi tío, León Febres-Cordero, por ejemplo, los atendí hasta el último día de sus vidas. Mi tío me hizo prometerle dos cosas: que lograría que no le duela nada y que lo dejaría fumar hasta el último de sus días. También atendí al presidente Otto Arosemena Gómez, a reconocidos toreros y hasta a una niña gitana a la que le salvé la vida. A la pequeña, quien gratuitamente estuvo hospitalizada seis meses, finalmente me la quisieron regalar (risas).

- Con el acto entonces se cumple esa célebre frase de su abuelo que decía que sus manos no le pertenecen, sino que son del pobre cuando las necesita y del rico cuando las paga...

-Así es. Y en este punto tengo varios casos que recordar. Entre ellos, el de un niño de nueve años que se cayó sobre una mata de cacao y al que se le abrió la barriguita, dejando los intestinos expuestos. Lo operé durante 9 horas y cuando salí de cirugía, su papá me regaló 20 sucres, que me alcanzaban para la cola y un sánduche. Era lo único que tenía y lo acepté con gusto. Dicha operación hubiese costado entre 12.000 y 15.000 sucres en ese entonces.

- ¿Qué hay de las historias angustiantes? ¿Guarda algunas en el baúl?

-No creo en las angustias, puesto que peleo con la muerte todos los días. La mayoría de las veces le gano. Otras, lastimosamente no.

- ¿Y cómo la enfrenta?

- Cuando opero a un paciente que está en riesgo de morir, lo intervengo como si me estuvieran operando. Pongo lo mejor de mí para ese enfermo y cuando fallece... usted tendría que ser cirujana para entender mi respuesta.

- Cuando llega a casa, ¿qué recuerdos vienen a su mente? ¿Se le vienen acaso esos episodios?

- Mi casa es mi reducto de paz y mi familia es mi bálsamo. Sin el apoyo de mi esposa, de hecho, no hubiese podido hacer lo que hago. Dios me ha dado la capacidad de desconectarme por 3 o 4 horas, que es lo que duermo. Trato entonces de pensar en las cosas bellas de la vida para al día siguiente entrar al quirófano con el mismo entusiasmo del día anterior. Que si uno logra superar la pérdida de un paciente, lo logra hacer.

- ¿Cómo?

- Aprendiendo de ella. Analizando el caso para tratar de disminuir la mortalidad en el próximo, ya que nuestra especialidad es la más difícil en volumen de dolientes en todo el mundo, la cirugía cardiovascular.

- ¿Qué ha sido lo más difícil que le ha tocado vivir como director?

- La falta de dinero. Es difícil cuando no tengo dinero para pagar a mis proveedores por atrasos continuos de los compradores de servicio de esta clínica.

- En los casi 40 años que lleva ejerciendo la profesión, ¿qué ha aprendido? ¿Siente acaso que ha cambiado como ser humano?

- Sí. Ahora soy más humano, más sensible y también más duro. Uno puede pasar en fracción de minutos de malo a bueno. Cuando salvas a alguien eres bueno; cuando se muere, eres malo. Los familiares siempre te van a entender, pero nunca te van a olvidar. Por suerte, el esfuerzo, el estudio y la dedicación son el balance a favor.