Las revocatorias

En Venezuela y Brasil van marchando los procesos de revocatorias de los actuales gobernantes. Lo de Brasil pasó la primera etapa con una gran mayoría en contra de Dilma y el asunto ha llegado a otra instancia que se resolverá en el Senado, ente en el que se da por descontado que se aprobará la destitución, aunque la presidenta parece que hará una última y desesperada gestión, la de renunciar para que se convoquen nuevas elecciones, asunto que carece de sustentación mayoritaria y se sustanciaría con la destitución de la presidenta y la asunción del vicepresidente (a quien Dilma ha calificado de conspirador y corrupto), hasta que concluya el período para el que fueron elegidos. Entretanto en Venezuela, la oposición debía reunir alrededor de ciento ochenta mil firmas para proseguir con el proceso de la revocatoria de Maduro. Reunió casi un millón y Maduro ha manifestado que las revisará una por una. Siguiendo con el proceso, es probable que sean cuatro millones. Pero Venezuela, a más de los problemas debidos a la inflación galopante, al desabastecimiento de bienes esenciales de consumo diario, a la falta de energía eléctrica, que la han sumido en una especie de lóbrega oscuridad, debe soportar las maduradas del gobernante que comete cada vez más serios disparates y precipita una revocatoria que contaría con millones de votos, incluso de muchos de los mismos militantes de ese otro disparate al que llamaron socialismo del siglo XXI.

Simultáneamente, en otro sector de Sudamérica, en el Cono Sur y específicamente en Argentina, la expresidenta ha sido inculpada de varios hechos de grave corrupción, cuyo análisis y resolución están en manos de la justicia; y no solo ella se mantiene en el umbral del proceso penal, sino también la gestión gubernativa de su fallecido marido y su hijo mayor, actual diputado en el Congreso, ya sin el respaldo de un poder atrabiliario que se manifestó a través de un grupo de violentos que ejercieron funciones básicas en el Estado argentino y al que dieron el nombre de Cámpora.

La espada de Bolívar, que supusieron poder esgrimir los corruptos gobernantes, más bien serviría para marcar el camino de la sanción penal y reemplazar el mapa político sudamericano, con otros conceptos y otros protagonistas.

haroc@granasa.com.ec