Remordidos

Esta semana leí una frase que enseguida me impactó, atribuida a Nelson Mandela: “Y mientras cruzaba el umbral de la puerta hacia la reja que me conduciría hacia mi libertad, supe que si no dejaba atrás mi amargura y mi odio, seguiría encarcelado”.

La profundidad de la frase es insondable. Pero estas cortas líneas no me permiten divagar filosóficamente sino aterrizar al lector a la materialidad cotidiana.

Y recuerdo entonces la expresión serrana que llama “remordidas” a las personas que sufren y no pueden identificarse con sentimientos loables, así que encuentran satisfacción complicándole la existencia a otros. Las personas, tan bien representadas por el típico burócrata, que miden su trabajo en función de las dificultades que su remordimiento impone a terceros, para justificar su puesto.

Con la mañosa proliferación regulatoria que caracterizó al antiguo régimen, proliferaron también los remordidos. Se los auspició. Se convirtieron en la fachada que daba cohesión y que protegía la corrupción del Estado, aupados en más y más normas, controles y sanciones. El remordido se convirtió en la primera línea del Estado: justificando su rol en función de los más absurdos indicadores.

Es de Ripley que los informes anuales de los funcionarios de control no dicen cuánto acercaron al país a los objetivos para los que fueron creados sus puestos y nominada su autoridad. No. Llegamos al punto en que su éxito se medía en función del número de controles, la cantidad de sanciones, la cantidad de remordidos enfrentamientos con la ciudadanía. Nos llenamos de hombres grises que repetían incesantemente el ‘motto’ del corrupto agente del orden: mis superiores me mandan a sancionar al menos tantas personas el día de hoy.

Al final, no me puedo abstraer, por mucho que quiera, de la filosofía detrás de estas reflexiones. Como lo expresa tan bien Mandela, la libertad y el futuro por igual dependen de la visión que tenemos sobre la vida, de la forma como enfrentemos nuestro entorno, con optimismo o con pesimismo, con una sonrisa o con amargura, con o sin rencor, con miedo o con amor. No seamos remordidos.