Actualidad

Refugiados, pudimos ser nosotros

Escuchar las declaraciones de María Fernanda Espinosa ante los medios de comunicación diciendo: “Estamos impresionados de los niveles de violencia que ha utilizado la oposición en Venezuela, lamentamos muchísimo que el pueblo venezolano no pueda vivir en paz, rechazamos toda intervención que no respete la autodeterminación de los pueblos”. Si la seguimos oyendo, menciona a sus ejemplos de próceres, como el Che, Fidel, el comandante Hugo Chávez Frías, el comandante Daniel Ortega, y su compañera Rosario Murillo, quienes según María Fernanda, conducen a puerto seguro.

Ese era el puerto seguro al que la revolución ciudadana nos quiso llevar, tal como lo reconoció Rafael Correa ante Hugo Chávez, cuando le comentó la diferencia del empresariado ecuatoriano con el de Venezuela o Cuba, cuando reconoció el “defecto” de los nuestros, de haber preferido quedarse en Ecuador defendiendo a su país, sin correr a Miami a fundar una nueva vida.

La historia reconocerá el valor de estos empresarios que once años se sostuvieron firmes a las permanentes amenazas del poder socialista totalitario de Correa.

Organismos internacionales estiman que 1,6 millones de venezolanos han abandonado su país en los últimos 4 años. Según las cifras del Ministerio del Interior de Ecuador, unos 227. 810 venezolanos entraron a través del puente internacional Rumichaca solo en el año 2017; de ellos, unos 156.622 salieron por la frontera sur ecuatoriana para seguir su camino al sur y 71.188 se quedaron en Ecuador. Yo apuesto que actualmente, son más del doble, al menos en las calles de Guayaquil. Cuando estoy en el local de la empresa familiar, decenas de venezolanos pasan vendiendo de todo para sobrevivir y poder enviar dólares a sus familias.

Hay que visibilizarlos, acogerlos y ayudarlos en lo que podamos; habrá elementos buenos, como malos, igual que nosotros. Pero ser hospitalarios es un mandato divino. No se olviden, si no fuese por un puñado de empresarios bien parados, pudimos haber sido nosotros, o nuestros hijos o nietos. Y aun hoy, mientras tengamos a María Fernanda, aquí o en las Naciones Unidas, seguimos en peligro.