Las recetas de la corrupcion

Aprendí a ponerle atención al verde cuando el gran poeta nariñense Aurelio Arturo me enseñó que hay verde de todos los colores. Debe ser cierto. Por esas mismas tierras de Pasto y sus alrededores observaba nubes verdes nuestro Juan Montalvo.

En cuanto al arroz, ni hablar. Con agua de esa gramínea nacemos y curamos los primeros trastornos intestinales. Luego, pese a todo, seguimos comiendo arroz en todas sus mezclas: con mariscos, con vegetales, con pollo. Hasta con un par de huevos preparamos un plato del menú de urgencias. Si le agregamos un guineo, estamos ante un auténtico festival.

El arroz es “nuestro pan”. Con ese título bautizó Enrique Gil Gilbert una de sus obras, paradigmática del quehacer cotidiano del montuvio; así también lo confirma la vida.

Por eso, por ahí me contaron que dicen los habitantes de esas zonas: “habiendo arroz, aunque no haiga Dios”.

(Siempre me ha intrigado el tratar de entender por qué tanto agricultor se embarca en adquirir tierras para realizar inversiones arroceras si al final de cuentas lo del arroz es mal negocio. No es todo tan malo, doctor. Piense que al final de cuentas, si no tuviésemos tierras para entregarlas en garantía, el antiguo Banco de Fomento no nos prestaría.)

Perdone el paréntesis apreciado lector. Hay arroz (preparado para comerlo) de todos los colores. Innovación básicamente española o italiana, llámese ‘risotto nero’ o arroz negro. Al respecto, me gusta el de La Barraca (me hago la ilusión de estar allí, disfrutando de un vino bien frío) en una calle perdida de Madrid. Con tomate hay arroz rojo y arroz amarillo, con azafrán.

Ahora acabamos de contribuir al desarrollo de la gastronomía internacional, hemos aportado con el arroz verde. ¡Viva la fiesta! Toda la semana comeremos arroz verde. Yo no pensaba ir aunque fuese invitado, cosa que no ha ocurrido.

Los cara e´tuco me producen úlcera y con lo que ya traigo para qué arriesgar. Después no pasará nada. Así que, no tiene sentido. Buena parte de la administración de justicia es corrupta y yo apenas si puedo es reírme, con una mueca dolorosa, de la situación. Eso hago y... perdóneme el lector.

“No solo en Dinamarca, por todo lado”.