Raices

Hijo de padre arqueólogo y de madre que me dio gusto por las delicias de la cocina criolla, aquello de raíces me suena cerca. Por supuesto, y ni remotamente, con reminiscencias etnocentristas. Tengo un sentido suficientemente desarrollado de lo humano

Hijo de padre arqueólogo y de madre que me dio gusto por las delicias de la cocina criolla, aquello de raíces me suena cerca. Por supuesto, y ni remotamente, con reminiscencias etnocentristas. Tengo un sentido suficientemente desarrollado de lo humano como para caer en anacronismos insensatos. Lo humano, desde las culturas ancestrales de nuestros respectivos países, es mezcla. Producto elaborado a través de los siglos, fue configurando en el planeta lo que son sus actuales habitantes: resultado de un crisol de razas, si cabe así expresarlo, a sabiendas de que no hay otra raza, dicho sea en singular, que la raza humana.

Y de ese “melting pot” y la necesidad de alimentarse, cada vez con mayor sofisticación, surge lo que ahora es expresión elevada de alto contenido patrimonial, y una de las más potentes industrias culturales: la gastronomía.

Por eso, y porque la nuestra tiene la calidad que permite compararla sin complejos con las mejores del mundo, bien, muy bien se hace en intentar revalorizarla entre nosotros mismos y también compartiéndola con paladares de otras latitudes, deseosos de nuevos sabores y texturas, de nuevas experiencias gastronómicas elaboradas a partir de animales y vegetales que en ocasiones les pueden resultar exóticos o si bien ya conocidos, presentados de manera distinta.

En esa voluntad, ayer se inauguró la tercera edición de Raíces y como se esperaba, pese a la crisis, la asistencia de los que aspiraban a deleitarse con la magnífica variedad de ofertas fue formidable; grande también fue el deleite de los que probaron delicias donde uno o varios de los cuarenta y cinco expositores.

Platos típicos de la Costa, de la Sierra y de la Amazonía ofrecieron un amplio espectro de sabores, colores y aromas. El más indiferente de los apetitos tuvo que conmoverse y ceder a la creciente tentación de probar lo ofertado. Sin duda, el evento está contribuyendo al viejo y justificado anhelo de categorizar como se merece a la gran cocina ecuatoriana. Variedad de alimentos ya teníamos, asimismo gente con capacidad de procesarlos adecuadamente. Faltaba exhibirlos en conjunto.

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