Altura. Según el Instituto Geofísico, el punto más alto del complejo volcánico corresponde a la loma de Sincholahua que tiene 3.356 metros sobre el nivel del mar.

Pululahua, la comunidad en extincion

Son 49 habitantes, en su mayoría, ancianos. Se rehusan a salir del imponente volcán potencialmente activo. Allí echaron raíces y no le temen a los bramidos.

Con imponente belleza y “magia telúrica”, el Pululahua es uno de los dos únicos volcanes habitados en el mundo. El otro está situado en la pequeña isla de Aogashima en Japón. En su cráter, una planicie extensa y verde, se asienta San Pedro de Pululahua. Tiene 49 habitantes. En su mayoría, ancianitos que nacieron y crecieron allí, que se rehusan a emigrar. Es un romance que está enraizado a esas tierras fértiles. Pero hay un detalle: este volcán, que acoge en su caldera a una “comunidad en peligro de extinción”, está potencialmente activo.

En el patio de una humilde casa de bloque y madera, María Ubaldina Paredes (77 años) mece con una cuchara de palo una sopa de maíz que hierve sobre la leña en una olla cubierta de hollín. Es la comida para los peones que aquel martes 30 de abril la estaban ayudando con sus tierras. Rodeada por siete perros, sus más fieles compañeros, cuenta que sus padres la criaron allí, en medio de sembríos de maíz, caña y cebada.

Nunca tuvo miedo a que el Pululahua, situado a solo 20 kilómetros de Quito, erupcionara. No niega que los bramidos del volcán en las noches la despiertan; a veces, cuando mira por la ventana, siente que el cielo estrellado se mueve... Ya está acostumbrada. Sus hijos viven en la ciudad —llora al recordar que uno de ellos está en España— , pero ella, como casi todos los habitantes, se resiste a salir.

Se respira a soledad. Aunque María Ubaldina sabe cómo aniquilarla: sembrando y cosechando. Cuidando a sus gallinas, que en este momento se acercan a picotear el maíz que ella les da con amor. También aleja a los gavilanes, zorros y a los pericotes, una especie de ratas europeas que devoran todo lo que encuentran a su paso, y que, en más de una ocasión, han atacado sus plantaciones. No se rinde. Busca estrategias, como poner veneno en papas fritas para que estos animales caigan.

Aunque lejos de la ciudad, en sus ojos refleja la alegría de vivir en un espacio como este, lejos de la bulla y del esmog. Eso sí, cuando tiene que salir, asegura, camina al menos 80 minutos por un sendero que conduce al mirador de la Reserva Geobotánica del Pululahua, llamada así desde 1978. Antes, en 1966, cuando fue declarada la primera área protegida en tierra firme -después de Galápagos- se llamaba Parque Nacional Pondoña, en honor a uno de los domos (montañas de material volcánico) de los alrededores de la caldera, dice Patricio Oña, guardaparque y coordinador del programa de investigación de esta reserva, cuyo terreno mide 3.387 hectáreas.

Que haya riesgo de erupción, nadie lo sabe. ¡Cinco veces más poderoso que el Cotopaxi! Eso sí, Oña cuenta que la última vez que ocurrió fue hace unos 2.300 años. Y que este volcán se activa cada 4.500. Lo importante es que en Moraspungo existe una estación de monitoreo del Instituto Geofísico de la Escuela Politécnica Nacional. Según el informe publicado acerca de este volcán, hay actividad hidrotermal, sismicidad, deformación, aguas termales...

Patricio Oña guía a EXPRESO a una laguna con agua hipotermal. Salen burbujas y está relativamente tibia. Lo que da cuenta de que está activo. También muestra una fumarola, un hueco cubierto con palos en medio de un campo ganadero, que exhala gases tóxicos y que en una ocasión anterior mató a un toro. Ahora tienen cuidado. Hay una escuela que no funciona por falta de niños. No hay hospital. Cuando los residentes se enferman, camionetas que tardan 45 minutos acceden por un camino de tierra hacia el cráter, los sacan a la ciudad.

El volcán Pululahua tiene forma de herradura y por eso no logra acumular agua. Seis kilómetros diámetro en la parte alta y cuatro en la parte baja. Y, según los datos científicos -explica Oña, en el proceso de erupción hubo una implosión. Por eso no se parece el Cotopaxi (no tiene la forma de un cono). Más bien está hundido. Estas erupciones provocaron la migración masiva de la cultura Cotocollao, que se desarrollaba al norte de Quito. Y quizás por eso el significado de su nombre, en antiguo idioma tsafiqui: “Brujo que causa gran dolor”. Pero hoy es un gran atractivo para turistas nacionales y extranjeros. El mirador...

En la planicie se divisa una casa antigua. Vieja, destruida con los años, pero que es parte de la reserva. Allí, dice Oña, vivieron los padres Dominicos. Un sitio de retiro espiritual. Una casa hacienda que daba trabajo a obreros, mayordomos... Muchos de ellos, como parte de pago, recibieron terrenos. Sus descendientes son los habitantes de San Pedro, un paraíso del que no quieren salir Arsecio Alemán ( 77 años) y Lucrecia Tasiguano 65). Se conocieron en esas tierras. Construyeron su casa, tuvieron hijos, cultivan la tierra y viven en paz. Con calma. Tanto que Arsecio sentencia: “Aquí voy a morir”.

Una tierra fértil con abundantes especies

Donde hoy se asienta la comunidad de San Pedro de Pululahua es una tierra fértil. Sembríos y más sembríos dan vida a este espacio. Eso, dice Patricio Oña, guardaparques, a pesar de estar sobre lava. Explica que la materia orgánica que se formó después de las erupciones fue llegando hacia el cráter. Y por eso el verde. Además, es arable, señala el experto. A los lados se ven rocas volcánicas. Oña señala que los recursos naturales sobresalen: tienen un registro de mil especies de plantas. Solo de bromelias hay 50 especies, mientras que de las orquídeas, que son las más requeridas: hay un registro de 165. También hay animales: libres, conejos. Y en el momento en que Oña cuenta sobre los recursos naturales, una águila de pecho negro vuela por el cielo. Una maravilla para visitar este domingo.