Carlos Andrés Vera | Música para el crimen organizado

Mientras no se hable con claridad y se insista en choques entre instituciones, nos alejamos del objetivo
El martes el presidente Noboa ha convocado a una marcha contra los recientes fallos de la Corte Constitucional. No está solo: varias voces piden incluso desaparecer la Corte o imponerle “control político”, es decir, que sus jueces puedan ser enjuiciados por los mismos asambleístas que, año tras año y con admirable consistencia, se han degradado como fantoches del servicio público. Con todos sus errores, un juez constitucional sigue teniendo hoy más credenciales que el asambleísta promedio para cumplir su trabajo: velar por la Constitución.
Otros críticos acusan a la Corte de excederse en algunos fallos, imponiendo medidas que -dicen- corresponden al Parlamento. Errores se le pueden adjudicar, por supuesto. Pero, ¿qué institución pública o poder del Estado no los ha cometido? El verdadero problema es la pelea, que erosiona a toda velocidad nuestra frágil institucionalidad. Y si alguien se frota las manos con esa bronca, es la mafia política y el crimen organizado.
Es opinión de este servidor que el poder político no se ha sincerado del todo, y le corresponde hacerlo:
Primero, si las leyes de Inteligencia, Solidaridad e Integridad Pública chocaban con la Constitución, era deber de la Asamblea corregirlas antes de aprobarlas. Eso no es culpa de los jueces.
Segundo, si en esta guerra contra el crimen organizado (y coincido absolutamente con el término: es una guerra) se necesitan medidas que inevitablemente atenten contra principios constitucionales, hay que decirlo de frente: reformemos la Constitución o hagamos otra. El chaleco de fuerza que impone la actual Carta Magna puede ser obsoleto para este momento. Es comprensible: nunca hemos vivido una circunstancia como la actual.
Tercero, las leyes extraordinarias deben tener fecha de caducidad. El Ejecutivo y las Fuerzas Armadas necesitan herramientas duras para apretar el pescuezo a las mafias, pero deben devolver esos poderes una vez restablecido el orden. Sin ese límite, el poder ilimitado mina la democracia en lugar de restablecerla.
Mientras no se hable con claridad y se insista en choques entre instituciones, nos alejamos del objetivo. Y eso, es música para el crimen organizado.