Mas pruebas contra Trump

aunque difícilmente admita el menor descontento con el trabajo para cuya obtención hizo lo que nadie había hecho y en el que hasta cierto punto cayó por accidente (gracias a las extravagancias del Colegio Electoral), la presidencia de Donald Trump no ha sido una experiencia “plácida”. Pero ninguna otra semana le había traído tantos problemas y malos presagios como la que pasó. Su propio Departamento de Justicia lo implicó en la comisión de un delito grave sobre la base de pedidos de sentencia del fiscal especial Robert Mueller para su exjefe de campaña, Paul Manafort, y de la Fiscalía del Distrito Sur de Nueva York para su viejo exabogado y ‘consigliere’, Michael Cohen. De ambos documentos se desprende claramente que en algún momento Trump mismo enfrentará acusaciones graves (y en opinión de la mayoría, habrá acusaciones para algunos de sus familiares). La suba bursátil del año se perdió entera cuando la supuesta tregua comercial de Trump con China se vino abajo. También quedó claro hasta qué punto Trump perdió el control del Congreso. El avance de los demócratas en la Cámara de Representantes siguió creciendo (hasta la asombrosa cifra de 40 escaños), conforme disputas muy parejas de la elección intermedia que todavía no estaban decididas siguieron dirimiéndose en favor de la oposición. Y algunos senadores republicanos han comenzado finalmente a tomar distancia de Trump en relación con el papel del príncipe heredero saudita Mohammed bin Salman en el horripilante asesinato de Jamal Khashoggi, el periodista disidente, en el consulado saudita en Estambul. Las presentaciones judiciales revelaron lo que muchos sospechaban hace tiempo: que Trump y su familia usaron, o intentaron usar, la candidatura presidencial y la presidencia para enriquecerse. Nos enteramos por fin de la información embarazosa que el presidente ruso Vladimir Putin tenía sobre Trump, cuando Cohen dijo a los investigadores que Trump estuvo mucho tiempo tratando de construir un enorme y muy lucrativo hotel en Moscú, para lo cual necesitaba permiso del Kremlin. Cohen declaró que Trump dejó de buscar el acuerdo para el hotel a principios de 2016. Pero más tarde admitió que las conversaciones siguieron hasta junio de ese año. Eso hace pensar que varios aspectos de la política exterior de EE. UU. (incluso declaraciones y actitudes favorables hacia líderes autocráticos) estuvieron influidos por intereses comerciales privados de Trump, lo cual puede constituir violación de la cláusula sobre “emolumentos” de la Constitución estadounidense, que prohíbe a los presidentes aceptar regalos de países extranjeros y puede ser motivo de juicio político. La corrupción incluye al círculo inmediato de Trump y casi todos atribuyen su cada vez más errática conducta reciente (con tuits que aumentan en frecuencia y nivel de histeria) a su creciente comprensión de lo que implica para su presidencia la toma de control de la Cámara de Representantes por los demócratas. Los futuros presidentes de comisión planean investigar diversos ilícitos de Trump y miembros de su administración. Y por las últimas acusaciones, es cada vez más probable que la Comisión de Asuntos Judiciales de la Cámara de Representantes retome la cuestión del juicio político. Está claro que la elección presidencial de 2016 fue deformada por hechos extraordinarios. Su legitimidad es ahora cuestión legal que se cierne sobre el presidente y aunque no haya sido acusado oficialmente de conspiración (“colusión”) con Rusia, las últimas presentaciones judiciales de Mueller hacen pensar que su investigación va en esa dirección.