Labor. La comandante Zoila Valencia, titular de la Dirección de Mantenimiento y Reparación de Unidades Navales, observa los trabajos en una nave.

Las pruebas de una oficial Pionera

Zoila Valencia es ingeniera naval y la oficial de mayor rango de la Armada. Le ha tocado ser “la primera mujer en...” varias jefaturas.

Un momento clave que suele determinar si alguien ingresa o no a la carrera naval es la llamada “prueba de decisión”. Consiste en un salto a una piscina desde la plancha más alta, a 10 metros de altura. Algo así como desde un tercer piso. No son pocos los que, llegado ese instante, se detienen al filo de la tabla y se arrepienten.

Casi 30 años después, ahora convertida en la mujer de más alto rango militar de la Marina y de las Fuerzas Armadas, Zoila Valencia Pérez recuerda ese momento y cómo lo superó.

“Da un miedo terrorífico. La piscina se ve tan pequeña allá abajo que da la sensación de que uno va a caer afuera. Muchos no se lanzan”, relata.

Ella es ahora la titular de la Dirección de Mantenimiento y Recuperación de Unidades Navales (Dimare). Es la primera vez que una mujer cumple esa función. También ha ocurrido así con otras jefaturas de la Armada que ella ha asumido en sus 29 años de carrera.

No es que ella sea la primera mujer en la Marina. La razón es el área en que se desenvuelve: la construcción y reparación de naves. En eso también es pionera: la primera ingeniera naval en la Armada.

Si hoy son escasas las mujeres en esta profesión, más lo eran cuando ingresó a la institución, en 1988. Confiesa que en su época de estudiante guayaquileña del colegio Dolores Sucre, su objetivo era ingresar a la Universidad de Guayaquil para ser ingeniera química, como su única hermana.

Un desfase entre el calendario de la carrera y el de graduaciones de colegios le impidió estudiar de inmediato. “Así que, mientras tanto, para no estar vaga, decidí hacer el curso prepolitécnico para prepararme”, explica.

Pero no solo aprobó el exigente curso de la Escuela Superior Politécnica del Litoral (Espol), sino que, en una de sus primeras ‘pruebas de decisión’, resolvió quedarse. Y ‘saltó’ a la Ingeniería Naval, sin importarle que ella sería la única mujer de su curso.

Aunque luego, lo que le dio la total convicción fue su período de prácticas en Astilleros Navales del Ecuador, Astinave. “Yo me dije, esto es lo que quiero hacer, quiero construir barcos” (y aún se emociona).

Un llamado de la Armada a profesionales de diversas áreas le abrió las puertas. Ya con el título de ingeniera naval y una maestría en Administración de Empresas, hizo el curso para guardiamarinas en la Escuela Superior Naval (Essuna).

Nosotras hacíamos todo lo que los hombres hacían. Si ellos trotaban tres kilómetros, nosotras también. Si había que subir o lanzarse del cabo, nosotras también. Claro que quizá nos demorábamos un poco más, pero lo hacíamos”, evoca.

De la promoción 20 de oficiales especialistas quedan 3 de 14 mujeres. ¿Qué pasó con las demás? Se casaron. Y como antes la carrera implicaba desplazarse de una ciudad a otra, para ellas era decidir entre su profesión y los suyos. “Ahora eso ha cambiado y se procura mantener el núcleo familiar”. Ella, por cierto, es soltera. “Me casé con la Armada”, sonríe.

Lo que sí tuvo fue dificultades iniciales con subalternos. “Yo formaba al personal de tropa y había algunos tripulantes mayores. Y como mi voz es muy fina, no como las que estaban acostumbrados a oír, sentí algo de rechazo al inicio. Si no hubiera tenido el apoyo de otros oficiales, no lo hubiera podido lograr”, reconoce.

Claro que también incidió a su favor que demostrara su capacidad y conocimientos. Una vez, por ejemplo, planteó un cambio en el sistema de mantenimiento de los submarinos. No era poca cosa. No solo porque era algo que se hacía por años y daba resultados, sino porque, si fallaba, ponía en riesgo la vida de la tripulación.

Pero estaba segura y lo asumió como otra prueba de decisión que superó. La Armada adoptó ese cambio, lo que significó un ahorro en el mantenimiento de las naves. Y para ella, una forma eficaz de ganarse el respeto de todos.

Ahora hay más mujeres entre los casi 10.000 efectivos de la Armada, pero siguen siendo minoría. También ocurre eso en las carreras de ingeniería.

¿Por qué las chicas de colegio y las jóvenes en general las rehúyen? Valencia cree tener la respuesta. “No tienen confianza en sí mismas. Oyen Física, Química y se asustan. Deben levantar su autoestima”.

Determinación y confianza. Como las que ella tuvo cuando le tocó la ‘prueba de decisión’ para ingresar a la Armada y que casi 30 años después recuerda cómo la superó. “Hay que caminar y lanzarse. Si te detienes y lo piensas mucho, no lo haces. Yo caminé, me persigné y salté. Y aquí estoy”.

Homenaje recíproco de ella y sus colaboradores

Con motivo de un nuevo aniversario de la Dirección a su cargo, la semana anterior, la comandante Zoila Valencia organizó un reconocimiento para el personal. Su sorpresa fue que sus subalternos, a su vez, le organizaron un homenaje a ella. Fue un anticipo de su retiro de la Armada, el 16 de diciembre, cuando cumpla 30 años de su ingreso.

La ceremonia la presidió el director de Logística, Daniel Ginez, a quien Valencia le expresó su gratitud por su apoyo.

En la Marina hay tres tipos de oficiales: de arma (los que comandan buques), de servicios (logística y abastecimiento); y especialistas. Valencia pertenece a este último grupo, quienes en su carrera solo pueden llegar hasta el grado de capitanes de navío. Es decir, su grado actual. Ella ostenta la “primera antigüedad”, que en el léxico militar no se refiere al tiempo, sino a tener la más alta calificación o jerarquía de su promoción.

Ha desempeñado varias jefaturas, entre ellas, de la División de control de averías, del departamento de maquinaria auxiliar y principal, de carenamiento y subdirectora de la unidad que dirige.

También estuvo en la Dirección General de Educación y la Inspectoría General de la Armada.