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Proteger Europa en la era Trump

Igual que las encuestas antes del referendo del Brexit en el Reino Unido, se equivocaron las de antes de las elecciones presidenciales de Estados Unidos. Y justo como el Brexit, ocurrió lo impensable: ahora Donald Trump es presidente electo de Estados Unidos, marcando el triunfo del nativismo sobre el internacionalismo. En la competencia entre sociedades abiertas y cerradas, es evidente que estas últimas van ganando y que la democracia liberal se está convirtiendo cada vez más en un movimiento de resistencia.

Con Trump en la Casa Blanca, EE. UU. se obsesionará consigo mismo. Se puede decir con propiedad que la Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión entre Estados Unidos y la Unión Europea no tiene la menor posibilidad. Pero la presidencia de Trump afectará negativamente a Europa de muchas otras maneras. Hoy está en juego la integridad territorial misma de la UE. Trump ha dejado bastante claro que entre sus prioridades de política exterior no está la seguridad europea. No reconoce la necesidad estratégica de la OTAN y solo ha mostrado algún interés en las relaciones transatlánticas aludiendo al pago de cuentas pendientes. La presidencia de Trump llevará a un cambio geopolítico de inmensas proporciones: por primera vez desde 1941, Europa no puede confiar en la protección de EE. UU. para su defensa, sino que debe velar por sí misma.

En el último siglo las relaciones transatlánticas han seguido una dinámica perversa e implícita por la cual mientras más activo se haya encontrado Estados Unidos, más inactiva ha estado Europa. Cuando los estadounidenses han intervenido en el exterior (como en Irak), Europa ha respondido con grandilocuentes sermones sobre la “extralimitación imperial”. Y cuando no ha intervenido, o lo ha hecho de forma tardía o ineficiente (como en Siria y Libia), los europeos han pedido más liderazgo estadounidense. Esa época ya acabó. Trump sabe que Europa tiene el dinero, la tecnología y los conocimientos para ser una potencia global a la par que Estados Unidos, y no es problema suyo el que carezca de la voluntad política para alcanzar todo su potencial. Los europeos hemos asumido durante demasiado tiempo que es más barato y seguro dejar que EE. UU. arregle nuestros problemas, incluso en nuestro patrio trasero. Con la elección de Trump debemos descartar esa creencia.

La UE debería ver la elección de Trump como una llamada de atención para hacerse cargo de su propio destino. Los conflictos actuales, como la sangrienta guerra civil en Siria y la anexión de Crimea por parte de Rusia, así como su intervención en Ucrania del Este, afectan directamente la seguridad, las economías y las sociedades de los Estados miembros de la UE. Y sin embargo, hasta ahora los rusos y los estadounidenses, en lugar de los europeos, han determinado el destino de Ucrania y el de otros países fronterizos de Europa. Como resultado, la UE ha renunciado al control último de su propia seguridad, sus relaciones comerciales y sus flujos migratorios. En 2014 se conoció que una funcionaria de la administración Obama manifestó cierto quemeimportismo frente a la situación de la UE. Ahora con Trump, quizás ni siquiera se moleste en nombrar a nadie a cargo de los “Asuntos Europeos y Eurasiáticos”. Por esta razón la UE no puede seguir postergando la creación de su propia Comunidad Europea de Defensa y desarrollar su estrategia de seguridad. Debería comenzar por simplificar y ampliar sus relaciones bilaterales y regionales, no en menor medida entre los países escandinavos y bálticos, así como entre Bélgica y Holanda, y Alemania y Francia. Todas estas relaciones dispares se deben unir bajo un solo comando europeo que reciba financiación y un sistema de adquisiciones de defensa común.

Project Syndicate