El problema no es Maduro

“Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio....”. Joan Manuel Serrat parafraseó a Machado y desde entonces sabemos que puede ser buena o mala, pero es lo que es. Con Venezuela pasa eso. Aunque la verdad allí sí tiene rasgos de tristeza. O de tragedia.

Dos décadas más tarde del chavismo, Venezuela está destruida. La potencia petrolera que competía con Arabia Saudí en la cima de la producción, hoy genera menos que Colombia o México, que jamás la lideraron. La mitad de su población sufre niveles de pobreza y, según la FAO, es el único país latino donde aumenta el hambre: hay casi 4 millones de infraalimentados, casi la misma cantidad de quienes han huido del país.

¿Y entonces por qué no cae Maduro?

Hay que volver a decirlo: no cae (aún) porque Venezuela es un Estado criminal, gobernado por militares corruptos y alentado por el flujo del narcotráfico. Sin el apoyo de casi 250 mil militares, Maduro estaría rumbo al limbo. Y a ellos se suman las Milicias Bolivarianas (500 mil) y los restos de las FARC que pululan en zonas fronterizas, y la pandilla de Los Pranes, un clan que gobierna buena parte del control carcelario.

Los militares han tenido, con Maduro, hasta el 50 % de los ministerios y un presupuesto siempre al alza, pese a que el PIB cayó en el 45 % en la última década. Las más grandes empresas las controlan ellos, incluida la colosal Pdvsa y la gallina que aún tiene oro: la Gran Misión Abastecimiento Soberano, con la cual regalan kits de comida y pasan la factura con gran sobreprecio al Estado.

El problema está allí. Y no será con unos cuantos sublevados que la oposición logrará desmontarlo. La presión a Maduro debe incluir, qué tristeza, qué verdad, negociar con los militares. Sí, con los canallas. Amnistiarlos, por ejemplo, para que sepan que no serán “perseguidos”. Quizá sea la hora de aceptar que la resistencia aguerrida de los venezolanos, con Guaidó a la cabeza, requiere una propuesta de ese nivel. De lo contrario, el desgaste fortalece al chavismo y el recurso de la protesta pierde eficacia. El problema de Venezuela no está en Maduro, sino en quienes le agarran la pata.