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Violencia. Un caso de tantos: la policía investiga la identidad de los sicarios que asesinaron a Manuel Zúñiga, representante legal de los Latin Kings.Karina Defas / Expreso

El gobierno cura el terror con cifras

Tecnocrática y policial: así fue la aproximación de Guillermo Lasso al tema de la inseguridad en su informe a la nación. Un análisis.

Es, para la mayoría de ecuatorianos según todas las encuestas, el principal problema del país. La delincuencia común y la violencia de las bandas criminales angustian a millones en todo el territorio nacional, el miedo arrebata a los ciudadanos su libertad de tránsito, la inmovilidad perjudica la economía y el estado de crispación resultante echa a perder la convivencia. La progresión de la violencia abre, una tras otra, nuevas puertas al horror. La última es de pesadilla: los dos carros bomba que estallaron en Esmeraldas inauguran un nuevo escenario en el que cualquiera puede convertirse en víctima colateral de una guerra entre carteles. El estado de ánimo nacional está marcado por la indefensión y la vulnerabilidad. ¿Cómo responde el gobierno? Por supuesto que el presidente tiene bien aceitada una retórica del acompañamiento (probablemente muy sincera) hecha de frases como “me duele en el alma” o “yo siento la ansiedad del guayaquileño ante la inseguridad y le doy la razón”. Pero ¿qué quiere Guillermo Lasso que haga el ciudadano con su dolor del alma? Sobre todo cuando esos arrebatos sentimentales contrastan con el enfoque tecnocrático que aplicó en su informe a la nación. Fueron diez minutos poco significativos perdidos en un discurso de hora y media. Terriblemente decepcionante. No se puede paliar el horror con tecnocracia.

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Una forma interesante de interpretar el mensaje presidencial consiste en identificar aquellas partes de su discurso que fueron improvisadas sobre la marcha. Hay algunas notables diferencias entre el discurso escrito que Carondelet repartió a la prensa y el que terminó pronunciando Lasso. No es extraño que la primera de esas diferencias, en el capítulo seguridad, tuviera que ver precisamente con el aspecto sentimental de su acompañamiento: la parte del “dolor del alma”, ni más ni menos. Llegado al punto en el que el redactor de su discurso había dedicado unas líneas a “la situación emocional” de los ecuatorianos ante el auge de la delincuencia, el presidente aprovechó para improvisar una mención al último crimen más sonado en las redes sociales, aquel ocurrido en el malecón del Buijo Histórico, en Samborondón, con indignación moral, pésame para la familia y llanto sobre la víctima. Dicho lo cual, sin solución de continuidad, retomó el texto escrito y pasó a la enumeración de toneladas de droga capturadas durante su gobierno.

Pero las improvisaciones más significativas fueron las de contenido político. No se equivoca Guillermo Lasso cuando sitúa en el gobierno de Rafael Correa el inicio de esta época de oro que vive el narcotráfico internacional en el Ecuador. “En el pasado -dijo por fuera de su texto escrito- le cedieron demasiado territorio al hampa. Y además lo hicieron por mucho tiempo”. Y más adelante improvisó: “en el pasado, amigos, hubo intentos firmes, agresivos, de convertir a la Policía Nacional en una rama de un proyecto político. Por suerte no lo lograron, pero hicieron mucho daño”.

Es verdad que el correísmo fue clave en el proceso de apertura del Ecuador al narcotráfico: con su prioridad centrada en la lucha contra los pequeños traficantes mientras los informes de inteligencia pedían a gritos intervenir en la frontera norte; con las facilidades legales, ofrecidas directamente por el despacho presidencial, al tráfico de precursores químicos desde las empresas estatales; con la eliminación de la base de Manta y el montaje teatral de radares inservibles; con sus evidentes vínculos de amistad con el personal más impresentable de la región, desde la boda de narcotráfico celebrada por el entonces ministro del Interior José Serrano en Manta hasta la colección de fotos, que sigue saliendo a la luz, de Rafael Correa con prácticamente cada delincuente que ha operado en este país (la última de esas imágenes lo sitúa posando junto a Leandro Norero, detenido esta semana con una fortuna en efectivo y lingotes de oro).

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Así que Lasso no miente: la culpa de que las cosas en el Ecuador hayan llegado tan lejos con respecto al narcotráfico no es suya. Pero con ser verdad este mensaje, puesto en el informe a la nación no deja de ser decepcionante. Porque ante esa realidad política que es un hecho consumado, el presidente no atina a otra cosa que no sea pedir a los ciudadanos que le tengan fe. Y la fe está buena para las iglesias, no para la cosa pública.

Dice, por ejemplo: “Hemos tenido que crear -por primera vez en la historia del país- una verdadera política pública de rehabilitación social, con enfoque en derechos humanos, para restaurar la soberanía del Estado en las cárceles”. Y cualquiera que lo oye se queda patidifuso. Porque de la existencia de esa “verdadera política pública de rehabilitación con enfoque en derechos humanos” que el presidente dice haber creado, no hay más indicio ni prueba tangible que de la refinería que el corrupto Jorge Glas asegura ver en el terreno aplanado de El Aromo. Creer que está ahí o no, en uno y otro caso, es un acto de fe.

Y dice también que en el futuro habrá el número de policías que de verdad se necesitan (y da una cifra: 30 mil) y el número de guías penitenciarios que desde hace rato hacían falta (y da otra cifra: 1.400 sobre los 1.600 existentes, y da a entender que serán incorruptibles por milagro de transubstanciación seguramente), y que el Estado invertirá la cantidad de dinero que demandan las complejas circunstancias (y despacha una tercera cifra: 1.200 millones de dólares hasta el 2025, que no es descabellado). Y a eso llama “el camino del éxito”: “¡Yo les aseguro que muy pronto la ciudadanía va a sentir -en toda su dimensión- los positivos resultados de todo este gran trabajo!”. Más claro: tengan fe.

Resulta por lo menos incómodo escuchar a un presidente hablar de un problema policial puro y duro que se soluciona con más policías y más plata, mientras el narcotráfico avanza cada día en su nefasta tarea de descomposición y corrupción de la sociedad entera: trabajadores de puerto, pilotos de avioneta, transportistas, policías, abogados, jueces, asambleístas... Pero por un momento concedamos que sí, quizás (y este es un quizás con muchas reservas). Quizás el presidente sabe lo que se debe hacer y ha trazado, con su equipo, la estrategia perfecta para librar esta guerra. Quizás volvió de Israel con una serie de respuestas y de insumos y de herramientas y de apoyos que no puede revelar porque su éxito depende del secreto. Quizás (aunque no se nota en lo más mínimo) está trabajando con el personal adecuado en el camino adecuado. Pero una cosa es cierta: Guillermo Lasso no ha descubierto, hasta la fecha, la manera de dirigirse a un pueblo aterrorizado para transmitirle lo que necesita, esa sensación de acompañamiento y contención que le ayude a seguir adelante pese a todo. Guillermo Lasso no sabe cómo tratar el problema, ni siquiera es capaz de nombrarlo. Y quiere que confiemos en que lo puede resolver. Quiere que le tengamos fe.