Piromania y bombero

Parece título extravagante para pensar y analizar los avatares de la política de este Macondo nuestro. Se dirá que la piromanía no tiene que ver con la política ni con los bomberos. Pero hay suficientes evidencias que demuestran que sí tienen relación. Especialmente cuando en la sociedad, como en la democracia y la vida institucional del Ecuador surgen personajes que parecen sacados de los manicomios, de películas de terror y de ciencia ficción.

Nadie imaginó que una acción piromaníaca iba a surgir y a dirigir el país. Lo hizo con profundo resentimiento social. Comenzó con incendiar el lenguaje de la política, la institucionalidad y la vida democrática del Ecuador tricolor. No de otra manera se puede llamar a un proyecto de fundamentalistas liderados por un ayatola para quien el “fuego demoniaco y purificador” de la ofensa, el insulto, el agravio, la calumnia, los epítetos descalificadores, las amenazas y los enjuiciamientos se convirtieron en la forma preferida de quemar las alamedas, valles y bosques que iban floreciendo, con dificultad, en el país.

Ha dejado sus huellas. Su lenguaje aún se repite en algunos asambleístas que no comprenden que el Ecuador debe de cambiar y que las reglas y la convivencia democrática no se pueden incinerar. Por eso hay que darse la pausa de la espera para ver qué puede hacer el bombero de Carondelet para abrir con regaderas y agua purificadora los nuevos tiempos que la vida económica, social y política del país requieren.

Algunos tibios pasos se han comenzado a dar, aunque con mucho tino y cuidado. Sin embargo, ya pueden ser algo si se realizan y abren un camino diferente y opuesto a la obsesión del incendiario. Pues todavía se cierne sobre el país la amenaza de la piromanía de los herederos de Stalin y Mao, y de los nostálgicos del muro de Berlín, que sin pudor ni vergüenza leen a Marx y Guevara, con el lenguaje de Mi Lucha de Hitler. Son los mismos que creen que el genocidio que Maduro hace en Venezuela es para “salvar” (¿?) el socialismo del siglo XXI.

Esperemos que la palabra y la acción del bombero puedan más que el grito histérico del obsesivo y banal piromaníaco que se cree rey y dueño del país.