Trabajo. Kawal es conductor de una organización de traficantes de personas.

El penoso ritual de morir en la arena

Así es la ruta en el desierto que los inmigrantes subsaharianos deben atravesar antes de cruzar el Mediterráneo para llegar a Europa. Miles han muerto en el intento

Kawal, que no quiere decir su apellido, cruza cada semana el desierto del Sahara al volante de una camioneta blanca marca Toyota. En la parte de atrás del vehículo suele llevar entre 25 y 27 personas. A veces 30. Casi siempre hombres. Siempre inmigrantes procedentes de Gambia, Senegal o Nigeria que quieren alcanzar Libia para cruzar el Mediterráneo rumbo a Europa.

“El viaje dura unos 3 o 4 días. Depende de si paras”, dice Kawal. “Yo no paro, nunca. Conduzco tres días y tres noches seguidas bebiendo café y té. Voy muy rápido. Y eso es peligroso porque hay dunas, agujeros o baches. Muchas camionetas tienen accidentes o averías por ir tan rápido”.

Kawal cruza con el pedal a fondo la arena espesa y los pedregales del terreno con un GPS y una brújula. Parte desde la ciudad nigerina de Agadez, en el centro de Níger, en pleno desierto y enclave fundamental del flujo migratorio. Agadez es la ciudad donde confluyen todos los migrantes que quieren ir a Libia y después cruzar a Europa. Las calles y rincones de esta urbe de adobe, tierra y polvo están repletos de jóvenes de distintos países esperando a dar el salto. Se agolpan en los llamados guetos, cabañas destartaladas a las afueras de la ciudad gestionadas por traficantes que, en ocasiones, explotan en trabajos forzosos a los hombres y a la prostitución a las mujeres. La puerta de entrada a una vida mejor tiene forma de pesadilla.

La meta de Kawal es la ciudad libia de Sabha, donde entrega a los migrantes a otros traficantes. “No hay sendero marcado, ni una pista. Hay tramos donde solo se ve arena hasta donde te alcanza la vista. Es como un mar, como un océano. Imposible orientarse”.

En la facilidad para perderse está la tragedia. “Basta con desviarte unos pocos kilómetros de la ruta para desorientarte”, dice Kawal. “Si tuerces un poco el volante te irás alejando del sendero que debes seguir y te adentrarás en el desierto. Y si eso ocurre, se acabó. Estás muerto”.

Dos conductores de la misma organización de traficantes que Kawal han muerto en el desierto este año. Cada uno llevaba en el vehículo a unos 30 migrantes. “Llevamos el agua justa para tres días. Si te pierdes, te quedas sin nada. Es lo que les pasó a ellos”. Solo encontraron los cuerpos de una de las camionetas. La otra sigue todavía en algún punto del desierto. “Yo, en cada viaje, me cruzo con furgonetas paradas. Algunas de ellas están rodeadas de cadáveres. Otras, de gente pidiendo ayuda a gritos. Pero no puedes parar. ¿Qué vas a hacer? Yo ya llevo mi camioneta a rebosar”.

Es una ruta al límite. Por eso Kawal no para. Nunca. Cuando llega a la ciudad libia de Sabha (final del trayecto) hace un inventario de los daños: algunos inmigrantes muertos, otros deshidratados y el remolque lleno de orina y excrementos. Por este viaje, los inmigrantes pagan unos 450 dólares.

Desde hace unos años, la ruta mediterránea central (que comunica Agadez con Libia) se ha consolidado como la más transitada de las que conducen a los subsaharianos a intentar cruzar el Mediterráneo. Hace unos años, los traficantes manejaban más alternativas (Mauritania, Argelia, Melilla...), pero la inestabilidad en Libia ha convertido este trayecto en el más accesible y rentable.

La impunidad de la ruta es completa. Durante su tránsito o estancia en Libia, miles de inmigrantes son secuestrados, maltratados, asesinados y hasta esclavizados. Los que la trazan se juegan la vida al azar.

La ruta libia la transitan solo los hombres

La falta de control hace que la ruta libia sea la más barata para los inmigrantes. Viajar a través de Argelia es más seguro, pero también más complicado por los controles policiales. De modo que es más caro. “Quienes suelen pagar la ruta a través de Argelia son mujeres con niños pequeños. No están dispuestas a arriesgarse tanto como los hombres en Libia, así que prefieren pagar más”, dice Giuseppe Loprete, jefe de misión de la Organización Internacional para la Migración (OIM).

Hace cuatro días, 52 migrantes fueron encontrados muertos en la arena. Otros 25 fueron rescatados por la OIM mientras vagaban deshidratados entre las dunas. Llevaban cuatro días sin beber. En total, solo desde abril, 900 personas ha sido rescatadas de forma agónica del desierto, según datos de la OIM Naciones Unidas.

HACINAMIENTO

Los jóvenes migrantes, hacinados en el sucio balde de los camiones, deben soportar tres o cuatro días de penurias fisiológicas hasta llegar a su destino intermedio en Libia.