La paz con el Peru

No fue un proceso fácil. Desde que Rodrigo Borja, en el seno de la Asamblea General de las Naciones Unidas le declaró la paz al Perú, hasta que hace ya veinte años se logró firmarla en Brasilia, mucha agua pasó bajo los puentes, incluyendo las aguas sucias de los conflictos armados que tensaron una situación de larga data mantenida sin posibilidad de solución.

Ahora es grato conocer y disfrutar los beneficios de un arreglo que zanjó, al costo de forzar el olvido de algunas maneras de sentir y pensar tanto en el Perú como en el Ecuador, un inaceptable conflicto. Y es trascendente que podamos mantener relaciones cordiales con el que llamábamos eufemísticamente “el vecino del Sur” y que los gabinetes de ambos países puedan tratar temas comunes entre los pueblos que mantienen una frontera que los une y no que los separa.

Habiendo integrado una de las comisiones que trabajó en este logro, bien sé que no fue sencillo el esfuerzo, bajo la óptica ecuatoriana, de “canjear tierras por paz” pero resulta hermoso viajar a Lima o cualquier otra ciudad peruana sin la inquietante sensación de estar en territorio “enemigo” o al límite de la traición a la patria. En un planeta globalizado place actuar como ciudadano del mundo, de manera particular cuando se recorre el vecindario. Yo que he vivido en Colombia y en Venezuela, jamás me sentí extranjero en esas patrias bolivarianas. En el Perú tampoco. Sin rubor admiro sus riquezas arqueológicas cuando conozco Caral o visito al Señor de Sipán o al de Sicán. Igual comparto la emoción de conocer el ancestro ecuatoriano del mártir de la medicina, Daniel Alcides Carrión y su relación con la “verruga peruana”, tanta como cuando me entero de que a nuestra caña guadúa se la conoce como caña de Guayaquil.

Por el estilo, larga sería la lista de las vinculaciones ecuatoriano-peruanas, incluyendo al mariscal Lamar, compatriota azuayo que llegó a ser presidente del Perú, o la participación de militares de ese país contribuyendo a culminar con éxito el levantamiento del 9 de Octubre de 1820. O recibir por largos periodos al Gral. Alfaro y antes a Olmedo, Rocafuerte, Manuela Sáenz. En fin, ni hablar de los vínculos gastronómicos y los ecuatorianos que allá estudian.