El ultimo padre fundador de Israel

En 2006, un año antes de que Shimon Peres fuera elegido presidente de Israel, Michael Bar-Zohar publicó la versión en hebreo de su biografía: Como un fénix. En aquel momento, Peres había estado activo en la política y la vida pública de Israel por más de sesenta años. Su carrera tuvo sus altibajos. Llegó a grandes alturas y sufrió humillantes fracasos; y pasó por varias encarnaciones. Tras ser un pilar del liderazgo de la defensa nacional israelí, se convirtió en ardiente promotor de la paz, en una relación permanente de amor-odio con la opinión pública israelí, que lo rechazó cada vez que se presentó a elecciones para primer ministro, pero lo admiró cuando no tenía o no buscaba el poder real. Peres nunca se dio por vencido, movido por la ambición y un sentido de misión, y ayudado por sus talentos y creatividad. Era un autodidacta, un lector voraz y un escritor prolífico; un hombre al que cada tantos años una idea nueva lo movilizaba y lo inspiraba: la nanociencia, el cerebro humano o el desarrollo económico de Medio Oriente. También era un visionario y un político astuto, que siempre conservó algo de sus orígenes en el este de Europa. En 2007, cuando terminó su búsqueda de poder y participación en la definición de políticas, alcanzó el pináculo de su carrera pública al ocupar la Presidencia hasta 2014, institución que rehabilitó tras suceder a un predecesor indigno y en la que ganó popularidad en casa y admiración en el extranjero, asumiendo el papel informal de anciano sabio de la escena internacional; orador muy solicitado en foros internacionales y símbolo de un Israel en busca de paz (en marcado contraste con su belicoso primer ministro Benjamín Netanyahu). En 1979, Peres se convirtió en el líder del campo pacifista israelí, y durante los ochenta concentró sus primeros esfuerzos en Jordania. En 1987 estuvo a punto de lograr la paz, con la firma del Acuerdo de Londres con el rey Hussein, pero el plan murió antes de nacer. En 1992, en las filas del Partido Laborista se concluyó que Peres no ganaría una elección y que solo un centrista como Rabin tenía posibilidades. Rabin ganó; tras quince años volvió a ser primer ministro y dio a Peres el Ministerio de Asuntos Exteriores. Pero el vice primer ministro de Rabin ofreció a Peres la oportunidad de conducir una serie de negociaciones informales con la OLP en Oslo; y con el consentimiento de Rabin, Peres asumió la responsabilidad de las conversaciones y las llevó a buen puerto en agosto de 1993. Fue el mejor ejemplo del modelo de competencia y colaboración que caracterizó la relación entre Rabin y Peres. Se necesitaba la audacia y creatividad de Peres para llegar a los Acuerdos de Oslo; pero sin la credibilidad y la estatura de Rabin como militar y halcón de la seguridad, la opinión pública y el “establishment” político israelíes no los hubieran aceptado. La cooperación a regañadientes entre Rabin y Peres continuó hasta el 4 de noviembre de 1995, cuando un extremista de derecha mató a Rabin. Convertido en sucesor de Rabin, Peres convocó a elecciones anticipadas, hizo una mala campaña y perdió por muy poco ante Netanyahu en mayo de 1996. Peres fue un líder israelí con una visión y un mensaje. Ese fue el secreto de su estatura internacional: la gente espera que el líder de Israel, el hombre de Jerusalén, sea precisamente esa clase de figura visionaria. Cuando la dirigencia política del país no satisface esa expectativa, un líder como Peres ocupa ese lugar y se lleva la gloria.

Project Syndicate