Una oportunidad para la OMC

En diciembre, los ministros de comercio de diversas partes del mundo convergirán en Buenos Aires para la Undécima Conferencia Ministerial de la OMC. Como hoy día EE. UU., que históricamente ha conducido al mundo a la liberalización del comercio, está agudizando las tensiones comerciales, la reunión promete ser diferente de las anteriores, que nunca son fáciles. Por lo general se llega a un acuerdo solo a último momento y con una redacción que suele ser vaga. Pero es posible que esta vez el resultado sea aún más desalentador y no se logre ni siquiera un acuerdo simbólico que luego pueda promoverse con “marketing”. Las tensiones actuales con respecto al libre comercio, que se basan en la desigual distribución de sus beneficios, no pueden resolverse dentro de la OMC, y menos en una reunión ministerial. Esto no significa que la conferencia vaya a ser en vano. Por el contrario, podría servir como una excelente oportunidad para iniciar la actualización y recalibración que la OMC necesita para seguir siendo una plataforma efectiva para la cooperación y creación de consenso en relación al comercio internacional. Uno problema clave que debe abordarse es el “trato especial y diferenciado” (S&D). Alrededor de dos tercios de los 164 miembros de la OMC han declarado ser países en desarrollo, etiqueta que les permite acogerse al S&D, (y mantener aranceles comerciales por períodos de tiempo prolongados). Como la OMC carece de puntos de referencia o indicadores que determinen cuándo un país debe dejar el S&D, no sorprende que ningún país en desarrollo se haya “desarrollado”. Otro tema es la creación de consenso. La práctica de larga data ha sido adoptar todas las decisiones por consenso; esto es acertado y no debería cambiar. A pesar de que puede ser algo lento y engorroso, es la única forma de generar la legitimidad que deben tener las decisiones. Pero puede funcionar bien solamente si entraña la obligación de todos los miembros de buscar intereses compartidos, y objetar formalmente tan solo decisiones contrarias a algún interés fundamental. El acuerdo de París sobre el cambio climático se logró mediante un método simple llamado “indaba”, que proviene de los pueblos zulú y xhosa de Sudáfrica. Los negociadores tenían derecho a abstenerse de consentir, pero solamente si presentaban una propuesta alternativa encaminada a encontrar un terreno común. El último tema que los ministros deberían estar dispuestos a discutir en Buenos Aires es la necesidad de asegurar que la OMC pueda adaptarse de manera efectiva a un entorno internacional cambiante. Los dos primeros problemas no son nuevos, pero como han sido ignorados durante tanto tiempo, se han profundizado. Tanto el FMI como el Banco Mundial cuentan con entes fiscalizadores que periódicamente analizan y evalúan su funcionamiento. Estos implacables decidores de la verdad, que operan con presupuestos muy reducidos, de manera regular obligan a los líderes de sus instituciones a sostener discusiones francas acerca de la efectividad de la organización y sus posibles reformas. Es lo que la OMC necesita. La cuestión es si va a emprender ahora las reformas o va a esperar hasta que una crisis costosa no le permita otra salida.