La nostalgia por el padre que ya partio

aún guardo ese gran amor por quien con su apacible figura me esperaba por las tardes y me bendecía. Un inmenso abrazo nos llenaba de alegría reconfortante. Intercambiando ideas, aprendí de su sabiduría, que lo animaba como cuando su vocación de maestro le inyectaba vida al hablar de historia y anécdotas. Lo escuchaba como un dios al advertirme el peligro; su honestidad y valores, mi mayor nobleza. Y ante su ausencia, la nostalgia me parece amiga. Mas el Señor me ha mantenido viva y me devuelve la alegría con su promesa de verlo un día, caminando juntos por inigualables prados celestiales sin ápice de arruga, ni males, entonando divinas melodías como en ensayo lo hacía en sus pasos terrenales.

Elisa C. Herrera