La activista junto a su hijo Tiam (significado infinito).

Nina Gualinga, hija del primer levantamiento

Ella es el puente entre dos mundos, la ciudad y la selva. Lleva un mensaje urgente: mantener el petróleo bajo tierra.

Creció a los pies de la selva. De ella aprendió a cargar agua a casa, a correr descalza sobre las raíces de los árboles y a caminar en las noches sin linterna. Una vida sin apuros. Llena de lujos que no se exhiben en vitrinas. Sin embargo, también nació en medio de la lucha, cuando en 1992 su comunidad Sarayaku logró que el gobierno del entonces presidente Rodrigo Borja les otorgue el título de propiedad de su territorio por más de un millón de hectáreas. Así, se convirtió en lo que ella misma se autodenomina: hija del primer levantamiento de su pueblo.

Hablamos de Nina Gualinga, una líder indígena escondida en Ecuador, pero a la vista de la pupila mundial, pues aunque solo tiene 24 años su mensaje por la defensa de los derechos de la Amazonía y la justicia climática la ha llevado a convenciones en París, Alemania, Hawái, Marruecos, así como a marchas en Nueva York junto al actor Leonardo DiCaprio.

La llegada de las máquinas

Pero su compromiso por la selva comenzó mucho tiempo atrás. A los ocho años, en una tarde que todavía recuerda bien. Fue cuando un representante de la Compañía General de Combustibles (CGC) “llegó a la comunidad para hablar de todos los beneficios que traía la explotación, que nos iban a dar educación, salud, 10 mil dólares”, cuenta mientras recoge su cabello que irónicamente lleva el mismo color de ese recurso no renovable que ha marcado su vida, el petróleo. Es que sin ningún consentimiento en el 2001 el Estado había otorgado el bloque 23 a la CGC, que comprendía 200.000 hectáreas de Sarayaku. Esa misma tarde Nina escribió una carta que nunca entregó, pero con un mensaje que sigue vigente. “Pedía que por favor no vengan a destruir la selva. Era mi casa, no entendía cómo alguien podía venir sin ni siquiera intentar ver o conocer cómo vivíamos”.

Lejos de casa

Cuando los militares entraron al territorio, fue enviada a un internado en Suecia, país de donde es oriundo su padre. “Viví un tiempo tenaz, no podía dormir por las noches, no sabía cómo iba a ser cuando regresara, pensé que se convertiría en un campo petrolero”. Así su niñez se dividió en extremos, Sarayaku y Suecia. Pronto en el país nórdico empezó a notar las diferencias. “Yo creía que todos vivíamos así. Por ejemplo, yo decía: ‘Una vez una anaconda...’ y mis amigas de allá no entendían”, rememora. En las vacaciones siempre aprovechaba para volver a su comunidad, aunque reconoce que no era lo mismo. “Todos creían que yo era superrara (ríe), porque hablaba inglés, sueco y kichwa, pero no español”. Entre ir y venir terminó el colegio y luego en la universidad empezó a estudiar Derechos Humanos.

Las carreteras se acercan

Hoy cuando piensa en el futuro de la Amazonía, divisa una nueva amenaza: la penetración de las carreteras. “Con ellas vienen los madereros, sacan los árboles y cuando los animales ya no se pueden reproducir, las familias no tienen qué cazar, no pueden alimentarse de la selva”. La activista invita a tomar responsabilidad. La fórmula: aprender sobre la realidad de la Amazonía, apoyar a las comunidades que se encuentran en resistencia y elegir autoridades que estén conscientes del tema.

El mensaje

Así, Nina se ha convertido en el puente de dos mundos. Admite que no ha sido sencillo. “Es fácil vivir en la ciudad y ser de la ciudad, o ser de la selva y vivir en la selva, pero ser de ambos lugares es un reto enorme”. El aniversario del Oriente ecuatoriano se acerca, un día para recordar que la defensa por la Amazonía no es asunto único de los indígenas, es pluralista y con un solo fin: mantener el petróleo bajo tierra.

Su voz, en el oído mundial

Estar presente en las cumbres internacionales, revela, ha sido posible por voluntad y recursos propios. Asimismo, sin titubeos, delata que las conferencias son “una pantalla para hacernos creer que están haciendo algo, pero a los gobiernos lo que más les interesa es lo económico”. Por eso, en las convenciones ahora tiene un acompañante, su hijo de un año llamado Tiam (significa ‘infinito’). Su presencia es “un recordatorio de por qué tenemos que cortar el blablablá y volvernos reales”. Por otro lado, cuenta que su dominio del inglés le ha permitido entender e intervenir sin la ayuda de traductores, pues muchas veces pueden cambiar el sentido de lo que se dice. Además, recalca que lo importante de las convenciones es la oportunidad que tienen las personas de las comunidades para reunirse, conectarse y trabajar juntas. “Nace un movimiento que realmente está haciendo algo”.

Labor:

- En el 2011 representó a los jóvenes de Sarayaku en la audiencia final ante la CIDH en Costa Rica.

- Asistió a las llamadas mundiales para mantener el petróleo en el suelo, como la Marcha del Clima Popular, marcha de mujeres indígenas que unió a siete nacionalidades en defensa de derechos y territorios.

- Participó en una gran delegación de Sarayaku en la COP21 en París abogando por la protección de bosques vivos. Asimismo, en la COP22 en Marruecos y la COP23 en Alemania.

- Se encuentra trabajando en el proyecto Selva Viviente, el cual propone una nueva categoría de áreas protegidas que involucre la autogobernanza y la autonomía de los pueblos indígenas dentro de ellas.

Proyecto: Hakhu

Significa ‘Vamos hacia adelante’ y es el nombre del proyecto que Nina creó el año pasado junto a Leo Cerda. Se trata de una tienda online de joyas realizadas a mano, que mixturan lo amazónico con lo moderno. El fin: empoderar a las mujeres desde las comunidades indígenas. Explica que estas iniciativas son la mejor forma de proteger la Amazonía, para evitar que por razones económicas se acepten propuestas como la extracción petrolera. Trabajan cerca de 180 mujeres de varias comunidades, y en sus inicios contó con el apoyo de la empresa Lush Cosmetics. Se utiliza parte de las ganancias para proyectos comunitarios, y el objetivo a largo plazo es poder apoyar a jóvenes indígenas que estudian en la ciudad. Los mayores pedidos vienen de Europa y EE. UU., pero pronto tendrán sede en Quito.

Sarayaku, historia de resistencia

Viven allí entre 1.800 y 2.000 personas. Este pueblo kichwa ubicado en el centro de la Amazonía no conoce de silencios. En el 2003 los dirigentes de la población acudieron ante la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos y solicitaron su intervención, luego de que el gobierno otorgara el bloque 23 a la Compañía General de Combustibles (CGC). Acto seguido: El Estado ecuatoriano no cumplió ninguna disposición de la Corte. En el 2012 el pueblo ganó su histórica victoria contra el gobierno ecuatoriano por violar sus derechos y territorio para la extracción de petróleo. El 65 % de esa concesión afectó a Sarayaku, una realidad que parece lejana cuando se habla de porcentajes, pero distinta cuando las consecuencias se reflejan en los ríos, bosques, y con el tiempo en las ciudades.

Una ley que no convence

Por más de 10 años ha estado en debate. Mañana la Asamblea Nacional preveía avalar la Ley Orgánica de la Circunscripción Territorial Especial Amazónica. Una normativa que entre sus objetivos busca crear una secretaría de planificación, que sea útil para el estudio de proyectos en los gobiernos locales. Lo cual a su vez hará que se elimine el Instituto para el Ecodesarrollo Regional Amazónico (Ecorae), sumado a que los GAD reciban $ 2 por barril de petróleo. Sin embargo, la ley no convence a todos, y en especial a quienes esta pretende beneficiar. Para Daniel Santi, miembro de la directiva de asesoría política de Sarayaku, la normativa presenta problemas de fondo. Como el hecho de que no ha existido una participación con los pueblos indígenas. “Esta ley ha sido promovida desde el tiempo de Rafael Correa, donde el movimiento indígena estuvo perseguido y excluido”.

Asimismo, expone que la ley está destinada solo a la actividad extractiva. “No describe que la Amazonía tiene recursos más valiosos y estratégicos que se pueden aprovechar en vez del petróleo y la minería”, como la investigación biogenética, los recursos biológicos o el turismo sostenible. Por ahora, Santi espera que el diálogo que se ha propuesto con el actual gobierno llegue a tener poder coyuntural para que la ley no se apruebe.

Acciones sin garantías

El domingo pasado Ecuador dijo sí. La séptima pregunta de la consulta popular planteaba la reducción del área de explotación del Yasuní. Una propuesta alentadora para el ojo cotidiano. No obstante, Santi la describe como “engorrosa”. Cuestiona que no tiene sentido reducir la parte física, si no se reduce la producción. Por otro lado, Gualinga detecta otro escenario. “Si hay un derrame, no se queda en las 300 hectáreas, se va río abajo, a los esteros, animales, a todo el sistema ecológico. Reducir no tiene ninguna certeza”. Finaliza preguntando: ¿cuánto sirve realmente? No hay garantías.

Anecdotario

En los viajes era la primera en estar en la canoa. Se iba tres días río abajo, “no había ningún apuro. Era una sensación tan hermosa estar en medio de la nada con tu familia”. Cuenta que siempre iba atrás de su abuela Corina, incluso cuando ella se iba muy adentro en la selva por periodos largos de tres meses. También describe a Suecia como su hogar.

Retos

Para la activista, la educación es el desafío más grande de las comunidades indígenas. Entre los estereotipos cita aquel de que “ellos viven en la selva, no necesitan educación”. Pero sucede todo lo contrario. “Si no nos educamos, ¿cómo vamos a defender nuestro territorio? Luego llegan y nos quieren ofrecer $10 mil, un quintal de arroz o escuelas. Estudiar es nuestro derecho, sin tener que aceptar, a cambio, la explotación petrolera”.

“No siempre la riqueza debe significar lo mismo para todos, yo pienso que hay que cambiar este concepto. Para nosotros la riqueza no se representa en dinero como en la ciudad, sino en el bienestar de la familia, tierra, agua limpia, que exista suficiente alimento, risas”, Nina Gualinga.

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