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Nicolás Maduro, presidente de Venezuela.EFE

Escenarios para Venezuela

#ANÁLISIS | No fue un accidente ni una tormenta: fue un ataque estadounidense

El 2 de septiembre, un barco explotó en el Caribe. No fue un accidente ni una tormenta: fue un ataque estadounidense. Washington dijo que la embarcación estaba cargada de droga y operaba bajo la sombrilla del Tren de Aragua, ese cartel transnacional nacido en el caos venezolano. Murieron once personas. Para muchos pasó como nota secundaria. Pero no lo fue. Ese barco puede ser el primer movimiento de una jugada aún mayor.

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Lo que siguió fue de todo, menos simbólico: cazas venezolanos F‑16 se acercaron peligrosamente al destructor USS Jason Dunham —uno de los ocho buques que ahora operan en aguas del Caribe— como diciendo “aquí estamos”, aunque todos saben que un F‑16 contra un sistema Aegis es como un mosquito provocando a un dron armado. No pasó nada. Pero pudo pasar, algo así como las provocaciones que se daban en la Panamá de Noriega, previo a la invasión.

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La flota estadounidense no está de paseo. Ocho buques —entre destructores, cruceros, barcos anfibios y un submarino nuclear— operan ya con más de 4.500 marines a bordo. Y si eso suena a película, añadamos que pronto llegarán diez cazas F‑35 a Puerto Rico. Es una demostración de fuerza que no se veía en años. No es una invasión, pero tampoco es una simple “operación antidrogas”.

Aquí es donde nuestro tablero geopolítico criollo se activa, dado que esto no es una maniobra sin contexto: es el resultado de una suma de factores —el colapso del régimen, el hartazgo de Washington, la expansión del narco estatal venezolano, el riesgo de que otras potencias se asomen por la ventana caribeña—. Y es también una advertencia: el Caribe ya no es solo zona de cruceros y huracanes, sino el teatro de un reacomodo estratégico que puede sacudir la región.

En ese marco se entiende también la reciente visita del senador Marco Rubio a Ecuador. No vino a probar ceviche ni a conocer las Galápagos. Vino a alinear piezas. Lo que se discute ya no es solo migración o cooperación antidrogas, sino el “qué hacer” si Maduro se descompone de golpe o si una chispa regional lo convierte en un problema mayor. Quito, Guayaquil, Cuenca... los municipios fueron invitados al nuevo tablero. Y aceptaron.

¿Cuáles son los escenarios? Algunos creen que esto quedará en lo que ya vemos: flota presente, droga interceptada, régimen asfixiado poco a poco. Es un cerco económico-militar sin misiles. La idea sería golpear los bolsillos del régimen, hacer inviable su negocio ilícito y evitar que otras potencias —Rusia, Irán o China— se entusiasmen con la idea de intervenir con asistencia militar.

¿Un misil contra una base, un radar, un centro de comunicaciones?

Otros, en cambio, sugieren que la flota no está solo para disuadir, sino para estar lista si se decide un ataque quirúrgico: no para invadir, sino para sacudir. ¿Un misil contra una base, un radar, un centro de comunicaciones? Nada de tropas en Caracas, pero sí un golpe que remueva el tablero interno. Algo así como lo que se esperaba que ocurriera en Irán tras ciertos bombardeos, o como lo que sucedió con Saddam cuando se liberó Kuwait pero se lo dejó vivo. Un golpe, pero no la estocada.

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También hay quienes apuestan por una escalada contenida: operar en zonas grises, golpear cargamentos en tránsito, debilitar la logística sin tocar territorio venezolano. Es más limpio diplomáticamente, pero probablemente insuficiente para provocar una fractura real.

Y, claro, está la opción “soft power 2.0”: presión combinada con sanciones, diplomacia regional, respaldo abierto a la oposición democrática, ciberoperaciones discretas y mucha, mucha narrativa. Una estrategia de cerco, no de fuego. De desgaste prolongado que necesita paciencia a la larga.

Lo cierto es que el régimen de Maduro, aunque golpeado, no está en caída libre. Tiene milicias, tiene petróleo, tiene alianzas y, sobre todo, sabe sobrevivir. Pero cada vez le quedan menos espacios. Cada barco que interceptan, cada radar que lo observa, cada senador que aterriza en un país vecino, es un recordatorio de que la impunidad regional tiene límites.

No sabemos aún si estamos ante un nuevo 1991, un Kosovo caribeño o un embargo al estilo de La Cubana. Lo que sí sabemos es que, cuando Estados Unidos mueve esta clase de fichas, no es solo por deporte. Y que el ajedrez —por más tropical que parezca— ya está en marcha.

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