
Todo el mundo a la calle
Los nuevos movimientos telúricos en la ciudad no han traído pérdidas significativas de infraestructura, según el Comité de Operaciones de Emergencia municipal. Tampoco muertes, según la Fiscalía General. Es decir que, “salvo el susto”, como explicó el
Obligados a repetir la escena. Como si algún día fuese a salirnos bien. Como si las réplicas de 6,8 grados en la escala de Richter, que sacudieron a Guayaquil y el resto del país la madrugada y mañana de ayer, infundieran -a fuerza de repetición- dureza en una población a todas luces aún sensible.
Eso no ha pasado. Lo que ha sucedido es que el miedo -ya lejano y aparentemente superado- ha vuelto en dos remezones de veintipocos segundos. Y con ellos se han ido las conversaciones de cuatro semanas y los planes de calma que se habían difundido en las oficinas, casas y calles.
Entonces, todas las postales han regresado: las señoras hincadas en la céntrica Caja del Seguro; la esquina de Chimborazo y Clemente Ballén pintada con rostros que miran al cielo, a los postes, a las torres de la catedral o a cualquier lugar que no sea el suelo tembloroso; el parque Jerusalén, en Urdesa, invadido por una masa de ciudadanos que, con teléfono en mano, insisten sin suerte en conseguir un ‘aló, estoy bien’; los agentes de la Agencia de Tránsito Municipal, que intentaban evitar un colapso vehicular en el acceso principal de las ambulancias del hospital Teodoro Maldonado del IESS o guiaban a los peatones con un firme pero calmado: “vaya al parque, vaya al parque”, mientras detenían el tránsito.
Estas escenas, recopiladas por el equipo periodístico de EXPRESO, desplegado en la ciudad mientras tuvieron lugar las réplicas, son parte de una secuencia que se niega a mostrar los créditos y que, según los expertos y el presidente Rafael Correa, podrían volver a repetirse, en intensidad similar, hasta por dos meses más.
Los nuevos movimientos telúricos en la ciudad no han traído pérdidas significativas de infraestructura, según el Comité de Operaciones de Emergencia municipal. Tampoco muertes, según la Fiscalía General. Es decir que, “salvo el susto”, como explicó el alcalde Jaime Nebot en su último informe, no ha pasado nada.
Pero el susto tampoco es poca cosa. Miren la fotografía que acompaña esta nota. ¿Puede reconocerse en otras caras?: es usted la señora con las manos cruzadas al pecho, que se mide el ritmo cardiaco acelerado; la chica que, sin nada a lo que aferrarse, se ha prendido a unos hombros ajenos y solidarios; la joven que presta sus hombros, aunque igual de nerviosa, solloza mientras se tapa la boca como quien no puede creer que lo ha vuelto a vivir; es usted el hombre parecido a Vladimir Putin que aparenta frialdad y guarda sus manos relajadas en los bolsillos del pantalón y solo le falta decir que ni siquiera lo sintió; el hombre que no mira; el que se da la vuelta, el que se tapa la mirada.
Sea quien sea, habita en una ciudad, que desde hace un mes intenta recuperar la normalidad y volver a convertirse en el imparable motor económico y comercial del país. ¿Cómo se logra un ritmo ininterrumpido con salidas por la puerta de emergencia de tanto en tanto? A su modo, a su estilo.
En Guayaquil, dicen sus habitantes, ha empezado a esparcirse una evolución física de velocidad inigualable. Y sus ciudadanos han reemplazado sus orejas por sismógrafos, sus posaderas por resortes y sus miedos por el temple para volver al edificio cuando pase el temblor. ABP-RS-MV-KS-MT