Muertos empadronados

Acabo de ver una ingeniosa publicación de Facebook que se difunde como “pan caliente” entre el respetable. Se proyecta allí la figura del candidato presidencial de Alianza PAIS, Lenín Moreno, en silla de ruedas por supuesto, visitando el cementerio de alguna ciudad ecuatoriana, insinuándose con mucha gracia que tal visita necrófila forma parte de su campaña electorera, a tan pocos días de los comicios. Es decir que al ir de tumba en tumba trata de convencer a los muertos que allí reposan, ofreciendo el oro y el moro que para el caso se acostumbra, para que lo favorezcan con su voto el próximo 19 de febrero.

Esta humorada tiene que ver con la denuncia que se ha venido haciendo en el sentido de que en el padrón electoral que maneja el CNE constan algunos “finaditos” (los del partido SOPA dicen que llegan al millón), lo que no solamente ha sido revelado por dirigentes de los grupos políticos de oposición que participan con sus candidatos en el proceso comicial en marcha, sino también por algunos deudos de tales ciudadanos ya ausentes de este mundo, que se han sorprendido al verlos aparecer en la lista de los que tienen derecho a llegar hasta las urnas para depositar su voto, contribuyendo de este modo a la elección de los futuros primeros mandatarios de la nación, así como de los nuevos legisladores.

Ante esta situación y denuncia recordamos la conocida frase de los dirigentes liberales de fines del siglo XIX y de comienzos del siglo pasado, que exclamaban: “No podemos perder con papelitos lo que conseguimos con las armas”. O sea que justificaban cualquier trampa o fraude con tal de conservar las grandes conquistas de libertad, justicia y tolerancia religiosa y política, logradas por la revolución que encabezó el Viejo Luchador. Y fue así como de cierta manera se hizo costumbre, entre otras cosas, hacer votar a los muertos cuando existía la posibilidad de que los conservadores se vuelvan a encaramar, a través del sufragio, en ese poder del que había sido tan difícil sacarlos. De acuerdo a lo que cuentan nuestros mayores, esta “defuntofilia” duró a lo largo del siglo pasado, sobre todo en ciertos cantones o parroquias en donde el control electoral no se ejercía con mucho celo ni constancia.

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