Costumbres. Miller Zambrano, en su diaria labor del cuidado de gallos de pelea, suele ponerles apodos.

El montuvio en la urbe no deja sus animales

Algunas de las cooperativas montuvias aledañas a Cañaberal están Tierra Prometida, Ciudad de Dios. Este sector al norte de la ciudad es similar a una zona agrícola, viniendo del centro de Guayaquil, se pasa Pascuales y Bastión Popular y al avanzar al o

En Monte Sinaí, el 70 por ciento de sus moradores son montuvios que han dejado sus tierras para buscar mejores y más oportunidades en la “gran ciudad”.

El montuvio de la Costa desarrolla durante su vida una particular afinidad con los animales, les pone nombres a sus mulas, vacas, chivos, etc., no puede vivir sin ellos.

Ninguno cambiaría su modo de vida por el de la ciudad así vivan en ella, por eso escogieron este lugar apartado del centro y del bullicio citadino. Aseguran que la vida ahí es diferente. Es más tranquila.

Lo corrobora Héctor Esmeraldas, agricultor oriundo de Pedernales, quien lleva cerca de una década viviendo en la ciudad. “No podemos vivir en ciudadelas, porque a nosotros como montuvios nos gusta criar nuestros animales, además vivimos de eso. Sería terrible para nosotros no tener espacio para hacerlo”.

Entre las labores cotidianas de quienes migraron del campo al sector de la cooperativa Cañaveral, ubicada en Monte Sinaí, están levantarse a la madrugada, dar de comer a los animales, ver que no falte ninguno, que no estén enfermos y chequear a los que hacen de mascotas.

Y es que “el verdadero montuvio no vive sin sus animales, aunque estemos en la ciudad”, acota Esmeraldas.

En el patio de su casa tiene una gran variedad de animales. Entre estos, patos. Actualmente tiene 51, que son los que le quedan de los 300 que poseía. Su variedad es castilla, cuestan entre 18 y 25 dólares dependiendo si son machos o hembras, su carne es tan apetecida y similar como la de la gallina criolla.

No basta el cuidado y la dedicación a sus animales. Además acostumbran a ponerles nombres. “Tengo dos chivas, una se llama Pancha y la otra Cachita”, comenta el agricultor, “muchos dicen que los animales no saben o no entienden cuando les hablamos, pero yo les digo que sí, porque cuando los llamo ellos vienen corriendo”.

Es tal la conexión de los montuvios y sus “compañeros de vida”, que en muchas de sus expresiones los utilizan. Ponen apodos a sus amigos relacionados siempre con sus animales, por ejemplo; burro flaco, orejas de burro o gallina con peste. Al animal en cambio, le suelen poner el nombre de la persona que se los vendió, lo consideran una costumbre y hasta buena suerte.

También tienen caballos. La tradición de andar en sus lomos siempre está vigente en sus preferencias. Pese a las limitaciones que representan el pavimento y los automotores de la ciudad, cuando pueden montan sus equinos aunque sea por los terrenos baldíos.

A los caballos los llaman con un chiflido y estos acuden a su encuentro. Por más que estén lejos, aseguran varios residentes del sector, los animales reciben el llamado siempre y cuando provenga de su dueño.

Los montuvios en la ciudad no pierden su identidad. Tampoco la niegan. Ellos conservan la misma vestimenta que llevarían en el campo. El sombrero no puede faltar, conservan su dialecto característico y siempre se muestran orgullosos de sus raíces.

En las viviendas, las hamacas constituyen parte de la decoración, algunos mantienen sus atarrayas de cuando pescaban en los ríos, como adorno colgado en las paredes. Tienen cocina a gas, pero son fieles a sus costumbres y prefieren cocinar a leña. Dicen que es distinto el sabor de la comida. (F)