Miseria del izquierdismo

Durante años han venido eludiendo las responsabilidades que les corresponden en los atropellos del decenio de autoritarismo correísta. Lo hacen con un argumento sumario y escueto: “Es que Correa no es de izquierda”. Y ya está: lavadas las manos. Como si el desprecio por lo que denominan “democracia burguesa” y la instrumentalización de sus instituciones no fuera tan patrimonio de la izquierda como de la derecha totalitaria. Como si la disposición a sacrificar las libertades políticas y los derechos humanos en nombre del “Proceso” y de la fe en la Historia con mayúsculas (esa religión secular del siglo XX) no fuese la estrategia consagrada de la izquierda. Pero nada: no se hacen cargo. Un buen día amanecimos con la noticia de que el socialismo del siglo XXI, la revolución bolivariana, el correísmo... Nada de eso es de izquierda.

Y, sin embargo, a la vuelta de la esquina, helos ahí: aplaudiendo la victoria de Evo Morales sin reparar en el rampante fraude; festejando el retorno al poder de quienes saquearon Argentina; y, en Ecuador, compartiendo discurso y trinchera con aquellos que nadan, vuelan, caminan graciosamente y graznan pero no, no son patos. Helos ahí, también ellos, graznando alegremente: “prensa corrupta”, “estado fascista”, “receta neoliberal fondomonetarista”... Helos ahí acuñando nuevas categorías (su especialidad) para atenuar el lado desagradable de las cosas: ahora dicen “progresismo correísta”, entiéndalos quien pueda. Si las palabras prefiguran guerras mundiales (como decía con aterrador sentido profético Karl Kraus en 1914), ellos nos dan el guion escrito de antemano. Helos ahí, pavimentando el camino de regreso de los únicos que podrán capitalizar su romanticismo indianista, su entusiasmo por la mitología de la barricada y su devoción por el martirologio de las luchas populares: los patos.

Eso de inventar nuevas categorías, claro, es de intelectuales. Y en la izquierda los hay como arroz: “Despiadados con las debilidades de las democracias, indulgentes con los mayores crímenes, siempre y cuando estos se cometan en nombre de las doctrinas correctas”, tal y como describía Raymond Aron a los intelectuales franceses de una izquierda que se hacía de la vista gorda ante las atrocidades del estalinismo. Desde entonces, mucha agua ha corrido bajo el puente. Pero no aquí. Aquí siguen siendo tan despiadados con los errores de Macri como indulgentes con los asesinatos de Maduro (que, por cierto, no es de izquierda). Y así como sacrifican gustosamente, cuando están en el poder, la libertad en nombre del Proceso, no tienen reparos en aniquilar la paz en nombre de la praxis cuando están en la oposición. Helos ahí, saludando alborozados los incendios y las explosiones que sacuden las calles de Chile como si del advenimiento de una aurora gloriosa se tratara. Minimizando la estrategia de terror y de violencia que se aplicó contra la sociedad civil ecuatoriana durante la tentativa de golpe. Y burlándose de quienes se escandalizan por “un par de piedras”, así dicen, burgueses modositos que no saben que la Historia (con mayúsculas) se escribe a sangre y fuego.

Triste, vergonzoso papel el de la intelectualidad orgánica. Consiste en encubrir y amagar, como si el debate público fuera un partido de póker.