Mexico ya tiene su propio Trump

El presidente estadounidense Donald Trump ha sido el peor dolor de cabeza del mundo por 18 meses, y ningún país lo habrá sufrido tanto como México. De los tres principales contendientes en la elección presidencial mexicana que acaba de finalizar, ninguno era menos apto que el vencedor, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), para manejar al matón de la Casa Blanca. Él deberá lidiar con Trump durante buena parte (o la totalidad) de los seis años de su mandato. Las relaciones de México con Estados Unidos no fueron un tema central de campaña, ni figurarán en las prioridades de AMLO. Pero afectarán a los mexicanos más que las otras cuestiones. Entre AMLO y Trump hay semejanzas. Los dos parecen nacionalistas sinceros en lo económico, son contrarios a tratados comerciales -aunque moderan su aversión con pragmática selectividad-, sienten profundo desagrado por el país del otro y son complacientes con sus partidarios nacionalistas, que en ocasiones llevan sus arraigadas pasiones hasta los extremos. Ambos saben que deben negociar, adaptarse y compatibilizar realidades prácticas. Pese a los parecidos, Trump y AMLO llevarán las relaciones entre EE. UU. y México a nuevos abismos de sospecha y tirantez, conforme factores objetivos y fervores subjetivos agraven viejas tensiones y alimenten otras nuevas. La agenda bilateral seguirá dominada por el comercio, la inmigración, las drogas, la seguridad y temas regionales, y AMLO tendrá ante sí al presidente estadounidense más hostil en casi un siglo. Debido a la actitud sumisa de Peña Nieto ante EE. UU. en la mayoría de estos temas, AMLO tratará de diferenciarse enfrentando a Trump lo más que pueda, y en cuanto trascienda sus ideas simplistas y comprenda la complejidad de las cuestiones involucradas, tal vez se sienta atraído hacia aquello que Peña Nieto no se atrevió a hacer. México tiene a su disposición diversas herramientas migratorias, como relajar los controles en la frontera sur con Guatemala o negarse a recibir deportados desde EE. UU. si las autoridades estadounidenses no pueden demostrar que son mexicanos. Con la cercanía de las elecciones intermedias de noviembre y la campaña presidencial de 2020 a la vuelta de la esquina, es difícil que Trump se abstenga de azuzar la animosidad nativista de sus seguidores. La guerra a las drogas se encuentra en una encrucijada similar. AMLO es sumamente conservador en estos temas y se opone a cualquier clase de legalización, pero le será difícil mantener los niveles previos de cooperación con EE. UU. en control de drogas por la animosidad de la opinión pública contra Trump y a su resentimiento por la naturaleza encubierta, intrusiva y probablemente ilegal de la colaboración instituida por sus dos predecesores. Pero en la agenda bilateral hay otras cuestiones (inteligencia y contraterrorismo, las crisis regionales de Venezuela, Nicaragua y tal vez Cuba). Es casi seguro que AMLO mantendrá la cooperación mexicana en los primeros temas, y la tradicional y arcaica postura antiintervencionista en diplomacia regional. Pero para Trump la cuestión de Venezuela o Nicaragua no es tan importante como la seguridad, así que en esto tal vez se pueda evitar una ruptura real. Los mexicanos tendrán que enfrentar las consecuencias de su decisión y de la decisión que tomó EE. UU. en 2016.