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La verdad de ciertas mentiras

La verdad de ciertas mentiras

La mentira y el engaño han estado siempre incrustados en la especie humana. Si damos crédito a la Biblia, Eva habría inducido a Adán a pecar, dándonos además la primera muestra de astucia femenina manejando los hilos de la candidez del varón. La historia no ha cesado de revelarnos incontables engaños, exclusivos de nuestra especie, que han servido para diferenciarnos de la ingenuidad animal. El lenguaje nos habría servido principalmente para ocultar nuestro pensamiento, vergonzosa fórmula que se afincó en la política y que sigue dando sus condenables frutos.

Entre las grandes mentiras políticas contemporáneas se destacan la de la superioridad racial promovida por los nazis y las proclamas reivindicadoras del socialismo marxista y de ese subproducto que alude al siglo XXI.

Hoy la mentira reina por doquier y es consustancial a la práctica política.

La gran mayoría de los actores políticos no pueden prescindir de ella, convirtiéndola en la mayoría de las fuerzas que dirigen el mundo, como asevera el analista Jean F. Revel.

Esta introducción viene a propósito de algunas de las falsedades tejidas en el ámbito político ecuatoriano y que se resisten a ser dilucidadas: el asesinato del general Gabela, el frustrado secuestro del activista Balda y los diezmos pagados por trabajadores de la Asamblea Nacional a asambleístas oficiando de recaudadores de un impuesto.

La muerte de Gabela tiene los visos de quedar definitivamente impune y que el delito común con que se pretendió disfrazarla reemplace a su verdadera motivación. Los informes que pudieron esclarecer el hecho fueron manoseados, desfigurados e incluso desaparecidos. El caso Gabela se incorpora así a aquellos que solo serán juzgados por la opinión ciudadana, cuya condena es ampliamente mayoritaria, señalando que ese hecho delictivo obedeció a una acción concertada y colectiva, totalmente ajeno a la figura del delito común.

Otro valor perdido es la vergüenza. La tarea de exigir y recaudar de sus propios subalternos, obligadamente en efectivo y sin constancia contable, un “diezmo” supuestamente destinado a la subsistencia de un partido político, es una vergonzosa engañifa o una torpeza conceptual. Sería honroso y dignificante para cualquier partido demostrar que subsiste gracias a la contribución personalizada, con nombres y apellidos de sus asociados y simpatizantes. Optar por el anonimato, esconder la procedencia del dinero, borrar toda huella de la exacción, es grosero e impúdico, encubriendo una exigencia que es característica de la concusión sufrida por quienes desean conservar sus puestos de trabajo.

La investigación de esta desvergüenza prosigue y espero equivocarme al predecir que correrá la misma suerte que el caso Gabela.

El fallido secuestro del activista Balda se está convirtiendo en emblemático de la corrupta administración pasada. La subrepticia visita de una asambleísta a la agente que confesó su participación en el delito para aliviar su condena, ha sido calificada por esa asambleísta como un acto humanitario. ¿De quién se apiadó? Solo podía condolerse de Correa, agobiado por el peso de sus propias e imperdonables acciones, porque la agente mira esperanzada la reducción de su condena. Presuntamente prosigue la investigación de la conducta de esa asambleísta y pronto o nunca conoceremos si el espíritu de cuerpo o, mejor dicho, de torpeza, se impone una vez más y la verdad de una gran mentira vuelve a imperar.

Gozar de la verdad en el accionar político resulta ser una tonta ilusión. Un ejército de mentiras nos acosa con sus metáforas gastadas, comandado por un movimiento político que pretende sobrevivir.