Mejor, imposible

La aventura de existir te da pocas certezas. Una de ellas: la vida (la muerte, para algunos, no existe). Lo que no es verdadero se desvanece con el tiempo o a la primera tormenta le quita el brillo de la supuesta grandeza humana. Esa es la diferencia de la que poco nos gusta hablar. Mi fortuna de aprender esta lección empezó un día. Les cuento.

Hace muchos años recibí una llamada telefónica en mi oficina particular, de quien me invitaba a formar parte de una organización de la que yo sabía muy poco. El entusiasmo de quien me hablaba no me permitió titubear y, no sé cómo logró arrancarme un “sí, gracias, acepto”. Empecé a involucrarme, a conocer cómo desde el inicio de los setenta habían formado un gran equipo que le anunciaba a los más necesitados que sí había una posibilidad de tener un hogar, más que una casa.

El hermano Roberto Costa SJ, exdirector de Hogar de Cristo, aseguraba que él vino al Ecuador a evangelizar y lo que sucedió fue que lo evangelizaron a él; que de los pobres, había a aprendido demasiado y que ojalá algún día lo llegaran a perdonar. “¿A perdonar qué, Roberto?” . “Todo lo que les debemos”, dijo.

Nunca, pero nunca, literalmente hablando, dudó que lo que necesitábamos vendría a tocarnos la puerta. Así sucedía, una y otra vez. Él no dudaba, avanzaba. En sus últimos días recibió a sus amigos, los conocía bien, los esperó con el corazón alegre e iluminado, uno a uno, para darles su amor con sus últimos alientos en esta despedida anunciada. Anoche se fue. Nos deja con la tarea de reconfigurarnos en la dimensión humana y en compromisos. Después del “¿cómo está usted”?, le gustaba responder: “Mejor, imposible”. Anoche recordé que hablaba poco ante ciertos debates, dejaba que el grupo deliberara con libertad, porque él era uno de los convencidos de que el amor se habría de poner más en las obras que en las palabras y así lo hizo, día a día. Hoy Hogar de Cristo está impregnado de sus obras. ¡Gracias Hermano Roberto!