El mayor problema ruso de Trump

El presidente estadounidense Donald Trump acudió a Twitter poco antes de asumir el cargo para esbozar su visión de la relación de su país con Rusia. En un tuit declaró que “tener una buena relación con Rusia es una buena cosa, no una mala cosa”, y en otro que “cuando sea presidente”, Rusia y Estados Unidos “¡quizás trabajarán juntos para resolver algunos de los muchos, grandes y urgentes problemas y asuntos del mundo!”. Trump no se equivoca al intentar mejorar las relaciones con Rusia. (Todos los últimos presidentes de EE. UU. buscaron el mismo objetivo). Pero debe saber que para lograrlo no merece la pena traicionar a los activistas prodemocráticos de Rusia. El presidente ruso Vladimir Putin ha eliminado con eficacia el disenso popular en su país. En 2012, un poco después de su regreso a la presidencia, la Duma promulgó la llamada ley de agentes extranjeros, que busca silenciar a organizaciones que reciben fondos del exterior y participan en cualquier cosa que pueda calificarse de “actividad política”. Desde entonces, de forma unilateral el Gobierno ruso ha declarado a 88 organizaciones como “agentes extranjeros”, un término que se asemeja mucho a “espía”. La lista incluye a un respetado grupo de observación electoral, activistas de derechos humanos, encuestadores e incluso algunos grupos de investigación científica. Sus misiones son diferentes, pero el Gobierno envía a ellos y a otros un mensaje claro: sea crítico con el Kremlin y será silenciado. En los últimos cinco años el Gobierno ruso ha tomado varias otras medidas para reprimir a la disidencia, incluyendo por un lado la calificación de “indeseable” de varias organizaciones internacionales que han apoyado a los activistas demócratas, y por otro la criminalización de la implicación de los ciudadanos rusos con ellas. También ha ampliado la facultad de las agencias de seguridad para monitorear las actividades de los ciudadanos en Internet y restringir su derecho a la libertad de expresión, mientras intensifica la discriminación contra las personas Lgbtq+ y persigue a grupos religiosos. Y los críticos del Kremlin han sido arrestados, e incluso asesinados. Aparentemente tales acciones no han perturbado a Trump. Su gobierno emitió solo una tibia declaración tras la detención de miles de manifestantes contra la corrupción en más de cien ciudades rusas en marzo. Esto no quiere decir que EE. UU. no deba asumir compromisos o colaborar con gobiernos que operan bajo principios distintos. Pero defender los principios básicos de EE. UU. no es solamente lo correcto, también es una estrategia inteligente. Cuando EE. UU. traiciona sus propios valores para evitar desafiar a Rusia, fortalece considerablemente a Putin. Al mismo tiempo, la percepción de que tiene a EE. UU. en las cuerdas le permite seguir silenciando a sus oponentes. Previo a las elecciones presidenciales del próximo año, Putin no dudará en aprovecharse de la libertad de acción que le otorgan los líderes extranjeros. Ya ha procurado que el líder opositor Alexei Navalny sea condenado por malversación, dando al Gobierno una excusa para dejarlo fuera de las elecciones. Pero Navalny, que ya ha soportado la presión del Kremlin durante años, no se rendirá tan fácilmente. Ni lo harán otros activistas de la oposición. Trump podría alentar a la oposición rusa y promover una visión diferente para el futuro del país al apoyar públicamente a los observadores electorales y los activistas que defienden los principios democráticos. Y así demostrar que los valores estadounidenses no son negociables.