‘Sursum corda’: cumplir los roles

Razones para el desánimo sobran. Los últimos acontecimientos, y cabe así llamarlos porque pasarán a la historia como paradigmas de lo que no debe ser, le hacen perder el entusiasmo y el optimismo a cualquiera, por más templado que sea su carácter.

La negativa situación se acrecienta por que se parte de un momento nacional de gran esperanza en que todo empezaba a cambiar de nuevo y, enfrentando las causas de las múltiples crisis con valentía y capacidad, superábamos los graves males generados en el pasado reciente.

Lamentablemente, los que sembraron las razones para confiar en un positivo nuevo comienzo están tardando en convertir sus palabras en hechos, en cumplir sus promesas, en definitiva, y ello genera una explicable frustración.

Como la frustración hace profundos daños en la sicología colectiva que puede mal aconsejar, conviene realizar un esfuerzo por superarla con la contribución de todos y cada uno, partiendo del cuidadoso cumplimiento del propósito de cumplir los roles que obligatoriamente nos competen.

Así, el Ejecutivo tiene que evidenciar en la práctica que ya no tiene ligaduras con el pretérito al que recién ha dejado de pertenecer. Si lo ha condenado con innegable dureza verbal no puede mantener en su gobierno a cómplices vinculados a ese repudiable comportamiento político que tanto daño le ha hecho a la nación.

La República igualmente le exige a su Asamblea Legislativa que cumpla su irremplazable tarea fiscalizadora, dado que desde la administración de justicia ha quedado claro que no se va a contribuir a realizar la prometida cirugía mayor.

Por su parte, los partidos políticos tienen que superar la modorra cívica que los envuelve en una atmósfera exclusivamente electoraslista, sin que los más negativos incidentes políticos conmuevan su inaceptable inercia, y pasar a ser vanguardia de la crítica a una situación que cada vez significa más riesgos para una nación desconcertada, sin otras metas ostensibles que el enriquecimiento ilícito, el tráfico de impunidades, el ostentoso desprecio de los valores o el más abyecto quemeimportismo.

Todos en definitiva tienen que proclamar con gran fe en el futuro: ¡arriba los corazones!, para devolverle al Ecuador la esperanza de que mejores días son posibles en un ambiente de libertad y progreso. Nuestro rol: decirlo.