
Los ‘cristianos ocultos’ de japon
Recitan oraciones en latín, portugués y japonés transmitidas oralmente de padres a hijos desde hace más de 400 años: los ‘kakure kirishitan’, o cristianos ocultos, representan el bastión más secreto, y cada vez más reducido, del cristianismo en Japón.<
Tokio / Ikitsuki - AGENCIAS
Recitan oraciones en latín, portugués y japonés transmitidas oralmente de padres a hijos desde hace más de 400 años: los ‘kakure kirishitan’, o cristianos ocultos, representan el bastión más secreto, y cada vez más reducido, del cristianismo en Japón.
Los rezos, en idiomas que ni siquiera conocen, se preservan únicamente en la memoria de estos creyentes, descendientes de quienes en el pasado se vieron obligados a esconder su fe para huir de la persecución, la tortura y el asesinato.
El cineasta estadounidense Martin Scorsese recupera ahora su historia y presenta ‘Silencio’ (‘Silence’, 2016), una película protagonizada por Andrew Garfield y Liam Neeson, que se estrenó en los primeros días de 2017.
El filme, basado en la novela homónima del nipón Shusaku Endo (1923-1996) publicada en 1966, narra la desesperación de los misioneros jesuitas portugueses en el siglo XVII al toparse con el silencio de su Dios frente a las torturas infligidas por las autoridades japonesas a los cristianos.
El concepto ‘kakure kirishitan’ se remonta a los años posteriores a la derrota de los campesinos japoneses (en su mayoría cristianos) frente al shogunato (gobierno militar nipón) Tokugawa en la Rebelión de Shimabara (1637-1638).
Hasta entonces, y desde que el misionero español Francisco Javier lo introdujera en Japón en 1549, el cristianismo había sido (con alguna excepción) bien recibido, prosperando sobre todo en la isla sureña de Kyushu, con Nagasaki como centro de la Iglesia.
Hacia finales del siglo XVI se hablaba de más de 300.000 conversos al cristianismo. Sin embargo, los poderosos señores feudales japoneses creyeron que la introducción de una religión extranjera debilitaría su poder: hubo entonces alrededor de 5.500 cristianos asesinados en Japón, según algunas estimaciones.
Ante la persecución, el cristianismo se vio obligado a disfrazarse.
La religión occidental estaba poco consolidada en Japón por aquel entonces, por lo que las creencias se mezclaron con las religiones previamente existentes (principalmente el budismo) y dieron lugar a una religión híbrida.
“Dado que la mera traducción produjo malentendidos (distinto concepto de Dios), se tendió a usar palabras extranjeras (latinas, portuguesas, españolas)”, explica Renzo De Luca, sacerdote argentino y director del Museo de los 26 Mártires en Nagasaki.
Entre sus oraciones se escuchaban “padrenuestros”, “avemarías” y “salves”.
Con el paso del tiempo, sin embargo, las figuras de los santos y de la Virgen fueron adquiriendo una apariencia cada vez más similar a las tradicionales estatuas de Buda, y las plegarias fueron adaptadas a los cantos budistas.
“Sus rezos y celebraciones fueron disfrazados para que no desvelaran su contenido cristiano y evitar sospechas y persecución. Por ejemplo, en vez de usar pan y vino celebran la misa con arroz y ‘sake’ japonés”, añade De Luca.
Tras la prohibición del cristianismo, la ausencia de sacerdotes dejó en manos de personas ajenas al clero el bautismo de nuevos cristianos. Crearon sus propios ritos en torno a los jefes de las comunidades, llamados ‘oyaji’.
“No tuvieron otra opción que repetir el culto lo más fielmente posible” pero, en algunos aspectos, “su cultura se impuso”, explica el etnólogo Shigeo Nakazono.
Con la reintroducción del cristianismo en Japón a mediados del siglo XIX, algunos ‘kakure kirishitan’ volvieron a unirse a la Iglesia y en la actualidad los cristianos representan menos del 1 por ciento de la población.
Otros no reconocieron al catolicismo como fe original de sus ancestros. Siglos de ocultación y aislamiento habían transformado su religión en un culto totalmente diferente, rodeado aún en la actualidad de un aura de misterio.
Una vez fueron alrededor de 150.000, aunque se estima que hoy solo quedan algunos centenares de ‘kakure kirishitan’.
“Creo que estamos llegando al final de un movimiento religioso que tuvo su significado en una situación social que ya no existe. Por lo tanto ha perdido gran parte de su significado”, dice De Luca.
Con el estreno de ‘Silencio’, Scorsese cumple su sueño de casi 30 años: llevar a la gran pantalla el origen de este misterioso culto.
“Si la película cuenta bien la historia de mis antepasados, entonces iré a verla de buena gana”, afirma Masatsugu Tanimoto, tras recitar y cantar con sus colegas una treintena de ‘orasho’, deformación japonesa del latín ‘oratio’, que significa oración.
Cuando reza piensa en las generaciones que le precedieron. “En las orasho que usted acaba de escuchar, decimos ‘María’ varias veces, pero no es a ella a la que oramos. No nos referimos a un Dios específico, sino a nuestros ancestros”, declara este cultivador de arroz de 60 años que practica tanto el budismo como el sintoísmo y no frecuenta ninguna de las iglesias de la región de Nagasaki.
Rituales híbridos que se observan en la intimidad
En la isla de Ikitsuki, en casa del pescador Masaichi Kawasaki, de 66 años, cuatro altares ocupan toda la pared del salón, con el suelo lleno de tatamis: dos budistas (uno de ellos para los antepasados, como en muchos hogares nipones), un sintoísta, y en el cuarto dos imágenes de una mujer en quimono con una larga cabellera negra que sostiene a un niño: Maria-Kannon, la representación budista de la compasión. Y frascos, manzanas, flores, un melón, una cruz, velas...
Este hombre taciturno muestra pequeñas cruces de madera: se cuenta que los antepasados las deslizaban discretamente en las orejas de los muertos.
“Aprendí la práctica de esta creencia porque formaba parte de mi vida cotidiana cuando era niño, algo así como se asimila una costumbre de la vida de todos los días”, dice.
Él es uno de los que siguen negándose a ir a la iglesia. Prefiere observar los ritos en la intimidad.