‘À la Yaku’

Optamos por lo más fácil: culpar de los desmanes a la desigualdad, de los tiroteos masivos a la libertad para portar armas. Echamos la culpa de la extrema derecha a la migración, la culpa del terrorismo al islam. Es más fácil porque solo adoptamos ideas que no nos comprometen, que nos evitan empatizar con el problema o la persona. Que dejan vía libre al político para resolver desde su despacho.

El problema ecuatoriano no es de desigualdad, aunque esa explicación le convenga a algunitos. El problema ecuatoriano, como buena parte de los problemas del mundo, es de desarraigo.

Nadie puede ponerse en los zapatos de otros. Los psicólogos saben que nuestra mente se concentra en lo disponible, lo presente, lo material, mas no en lo que nos cuentan sobre la vida del otro, cuando siquiera tratamos de imaginarlo. Guayasamín no permite vivir o resolver las penas del indigenado cuando se luce en una pared. Tampoco las instituciones occidentales de representación política son buenas para esto. Ni bien elegidos, gozan los líderes de los privilegios que los alejan inevitablemente de sus bases. Se rompe la empatía, comulgan más con la urbanidad que con sus páramos o selvas, porque sino también sufre su capacidad de representación. Viene la aculturización. Y los representados siguen desarraigándose de la modernidad. Igual pasa en los suburbios urbanos que entre sector terciario y secundario de la economía, aunque siempre en menor medida que entre lo urbano y lo rural.

Aquí es donde cabe preguntarse si ayudan o perjudican a sus supuestos beneficiarios los movimientos de izquierda, las oenegés tradicionalistas y las narrativas indigenistas ‘à la Yaku’ cuando ensalzan los saberes ancestrales, la soberanía alimentaria, la autarquía, las semillas de baja eficiencia, la tradición de cultivo que les impide competir con la modernidad. Porque todas esas ideas, legítimas como son, solo distancian a sus hijos del modelo de desarrollo imperante. Ese narcisismo, que distancia por igual al ‘millenial’ urbano que al chamán tradicionalista, al final del día alimenta el desarraigo y siembra el terreno para que las pequeñas diferencias se sientan enormes.