Los locos Adams

Digamos que alguien tiene una enfermedad hasta ahora incurable. Prueba un tratamiento experimental y se cura. Los médicos le dicen que debe continuar con la medicación, pero dice que no. Probará un nuevo método curativo. ¿Dirían ustedes que tiene un problema de mentalidad? Proyectemos esto al campo social: una comunidad tiene una zanja con agua, en la que proliferan los mosquitos, lo que ha generado una epidemia de dengue. Además, se han ahogado varios niños. Hay que drenarla como han hecho otras comunidades, conduciendo el agua a un río cercano. Disponen de una retroexcavadora que puede abrir un canal en medio día de trabajo y que solo estará en el lugar 24 horas más. Alguien se opone argumentando que dispone de un gran número de calentadores que -si se introducen en el agua- aumentarán la evaporación y drenarán la zanja. ¿Qué creen que hará la comunidad? ¿Experimentar con los calentadores o utilizar la retro que ya drenó el agua en las otras comunidades? La respuesta es evidente. Lo que no logro entender es por qué el mismo concepto no funciona en lo político. El presidencialismo fue construido en 1787. Desde entonces ha funcionado en EE. UU. sin que a nadie se le ocurriera experimentar con él. Los 69 países que lo copiaron lo mantienen igual. Designan sus autoridades sin ningún “Consejo de Participación” porque así ha funcionado siempre. Hasta que entramos en escena los ingeniosos locos Adams. Y así como el ocurrido que intenta eliminar el agua por evaporación -simple expresión de la ineficiencia- nosotros experimentamos con un sistema político cuya característica fundamental es precisamente la excelencia. Si no, no hubiera sido utilizado por nuestros antepasados, hasta que llegó el “genio de la creación” y puso todo patas arriba. Lo increíble es que sigamos emperrados en mantener el inútil legado de Correa, que nos tiene entrampados en una institucionalidad experimental. Parece que la sociedad ecuatoriana comparte con “el genio” un problema de mentalidad. Piensa que se puede experimentar con lo más delicado que tenemos: nuestro sistema político.