
Llegar a los 105 anos y aun poder bailarlos
Se hizo de rogar. “Habría que ver si puedo”, dijo. Pero qué va, todos en el lugar sabían que lo que ella necesitaba es que sonase la música y que alguien se atreviese a invitarla para que terminara de demostrar (ya en la pista) la finura de madera con
Se hizo de rogar. “Habría que ver si puedo”, dijo. Pero qué va, todos en el lugar sabían que lo que ella necesitaba es que sonase la música y que alguien se atreviese a invitarla para que terminara de demostrar (ya en la pista) la finura de madera con la que llegó al mundo.
Se llama Paulina Vélez Vélez y mañana arriba a su cumpleaños 105. Decirlo suena fácil, vivirlo es otra cosa. Esta educadora manabita asistió a los sepelios de amigos y familiares de toda su generación y hasta de conocidos de otras tantas generaciones posteriores a la suya.
“No tengo secretos, creo que es por la familia que tengo. Mis hijos, mis nietos y hasta mis bisnietos... todos me quieren”.
Así intenta explicar el milagro que la mantiene activa y con una claridad mental meridiana. Se atreve a recordar detalles de su vida muy precisos.
Los cuatro años que vivió con su esposo en Chile, el también educador Franklin Verduga Loor, quien falleció hace 19 años y que fue extraditado durante la dictadura de 1963.
Hasta le pone cifra al número de países que en su momento visitó: 54. Mencionar la cantidad de hijos que tiene (siete, todos vivos) es lo más fácil, cuando el número de sus nietos arriba a los 20, mientras que la lista de los bisnietos ya anda por los 30.
Pegarse un baile la mañana de ayer en la reunión que sus hijos y nietos le prepararon en el centro recreativo Edad Dorada (vía a Samborondón) es lo mínimo. “Aquí hasta se atreve a realizar pilates”, dice Violeta, una de sus hijos.
Pero es así. Paulina, quien desde hace 55 años reside en Guayaquil, tiene una agenda diaria muy activa. Acompañada de su chofer, y a veces de uno de sus hijos, va al supermercado, tiene tardes de bingo y hasta cumple horario de oficina en las antiguas instalaciones del instituto que fundó su esposo.
Hay que agregar que es independiente y se resiste a dejar el hogar que compartió con el padre de sus hijos.
Para colmo, se sorprendió cuando en el festejo tuvo que apagar las velitas. “Aún soplo”, dijo. Algo que motivó una réplica espontánea de una de sus compañeras: “Es más fácil que yo con 70 años no pueda, a que ella no lo haga”. RGS