Liderazgo climatico para el G20

A comienzos de 2016, Estados Unidos estaba bien posicionado para liderar la lucha global contra el cambio climático. Desde la presidencia del G20 para 2017, la canciller alemana Ángela Merkel contaba con que EE. UU. ayudaría a impulsar una profunda transformación de la economía mundial. Incluso después de que Donald Trump resultó electo presidente, Merkel le dio el beneficio de la duda, esperando contra toda esperanza que EE. UU. todavía fuera capaz de cumplir un papel rector en la reducción de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero. Pero de la primera reunión de ambos no surgieron declaraciones sustanciales, y el lenguaje corporal envió señales de que las perspectivas futuras de diálogo eran escasas. Aunque las políticas de Trump pueden introducir peligros y costos nuevos para su país y el mundo, no conseguirá prolongar la era de los combustibles fósiles. Sin embargo, el abandono efectivo del acuerdo de París por EE. UU. supone una amenaza. La ausencia de un actor tan importante en la lucha contra el cambio climático puede debilitar nuevas formas de multilateralismo, incluso aunque revitalice el activismo climático al volcar la opinión pública internacional en su contra. El Gobierno de Trump ha introducido riesgos financieros considerables que pueden obstaculizar los esfuerzos para la solución del cambio climático. Desde 2008, el marco regulatorio adoptado por EE. UU. y el G20 ha apuntado a una mayor transparencia y a mejorar la comprensión de los riesgos sistémicos que pueden afectar al sistema financiero internacional, con particular énfasis en los asociados con el cambio climático y la dependencia de los combustibles fósiles. La comunidad financiera misma se ha puesto como prioridad desarrollar normas de transparencia más estrictas y mejorar las herramientas de evaluación de riesgo. La implementación de esas reglas y herramientas nuevas puede acelerar la tendencia general de anulación de inversiones en combustibles fósiles, garantizar una transición fluida a una economía más resiliente y respetuosa del medioambiente, y aportar confianza y claridad a los inversores de largo plazo. Dado el aumento de riesgos financieros que supone el cambio climático, resistir el decreto de Trump que busca derogar las normas de transparencia para Wall Street debe ser prioritario. El hecho de que Warren Buffet y la compañía de gestión de activos Black Rock hayan advertido sobre los riesgos que plantea el cambio climático a los inversores hace pensar que la batalla todavía no está perdida. Crear el G20 fue buena idea; ahora ha llegado la hora de que enfrente su mayor desafío. Depende de Merkel y otros líderes del G20 superar la resistencia estadounidense (y saudita) y mantener el rumbo de la lucha contra el cambio climático. Pueden contar con el apoyo de algunos de los más grandes inversores institucionales del mundo, que parecen coincidir en la necesidad de aplicar un marco transicional de autorregulación. Los otros líderes mundiales deben idear una respuesta coherente a Trump y seguir estableciendo un nuevo paradigma de desarrollo compatible con los diferentes sistemas financieros. Al mismo tiempo, la UE (que este año celebra el 60.º aniversario del Tratado de Roma) tiene ante sí una oportunidad de pensar en el futuro que quiere construir. Es verdad que son tiempos difíciles, pero todavía podemos decidir en qué clase de mundo queremos vivir.