La libertad de expresion

En un mundo donde el mercado asumió el rol de ser el portaestandarte de la racionalidad, es apenas lógico, como gustan decir los tontos pomposos, que otro tipo de asuntos, que no las libertades y su defensa, llamen la atención de quienes, por decisión personal, se sienten representantes de la opinión pública.

Sin duda, como se recuerda en estos días, la gente piensa con el bolsillo, devenido en el órgano más sensible del cuerpo humano pero, en muchas ocasiones, al hacerlo se vuelve torpe y olvida la interacción existente entre lo que parece apenas romántico y su estulto sentido de lo práctico.

Así, pese al esfuerzo de dos asambleístas, mujeres ambas, por reformar la denominada Ley Mordaza, esta seguirá intentando, vanamente, maniatar la libre expresión del pensamiento. Valga recordar aquí mi manera de entender y actuar sobre el asunto: la libertad de expresión se defiende ejerciéndola. De manera responsable sí, pero sin favor ni temor, tal cual promovía el decano de la prensa nacional. Como enseñaba don Eloy, tenemos presente que el miedo es muy mal consejero.

En cualquier caso, queda claro que “cada individuo aguanta que le aten, porque no es un hombre ni una clase, sino el mismo pueblo, el que sostiene la punta de la cadena”. “En nuestros días hay mucha gente que se acomoda, muy fácilmente, a esta especie de compromiso entre el despotismo administrativo y la soberanía del pueblo, y que piensa que ha garantizado bastante la libertad de los individuos cuando es al poder nacional a quien la entrega”.

Esta cita, tomada de La democracia en América, escrita como se sabe entre 1835 y 1840 por el ilustre pensador francés Alexis de Tocqueville, prueba en su permanente actualidad la penetración de ese célebre político y la antigua inclinación de los hombres al sometimiento, camuflándolo de distintas maneras y con distintos argumentos, cuando no se han sembrado adecuadamente en su espíritu las fértiles semillas de la libertad, que una vez constituidas en árbol son imposibles de erradicar, aunque (Jefferson) requieran como abono natural sangre de patriotas y tiranos.

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