Ley de Gresham

Al lector le habrá pasado que en algún momento debió pagar con unas monedas, y al sacarlas del bolsillo se encontró que tenía una moneda de diez centavos con el rostro de Roosevelt y otra con el de Eugenio Espejo. No es extraño que la mayoría de las personas tienda a pagar con la del rostro de nuestro ilustre periodista.

Como lo estableciera en el siglo XVI Thomas Gresham, cuando en un país circulan a la vez dos tipos de instrumentos con poder liberatorio y uno de estos es considerado por las personas como “bueno” y el otro como “malo”, el malo siempre saca del mercado al bueno (lo deja en los bolsillos). Las personas buscan quedarse con la moneda de Roosevelt porque creen que es mejor ahorrar en ella y pagar con la que creen de menor valor. Ese fue el principio que precipitó la dolarización en el país, y es su sustento principal: la población sigue creyendo -en más del 90 %- que es mejor tener dólares que moneda propia.

La economía ecuatoriana está sufriendo de problemas por la disminución en el ingreso de divisas, y por otro lado, por la reducción de los ingresos fiscales. El Gobierno ha iniciado la utilización de Títulos del Banco Central como instrumento de pago a los GAD, y dependiendo de la aceptación del Estado como medio liberatorio de deudas con este, pueden tener una alta movilidad. Quizá cumplan una función fiscal al inicio, pero el concepto de Gresham provocará un alto descuento de ellos en el mercado y generará para quienes los posean el mismo efecto de destrucción de valor que provocaron algunos banqueros deshonestos sobre los depositantes que obtuvieron CDR en 1999.

En las actuales condiciones, una misma acción -monetización- puede tener un efecto similar. Las tentaciones para financiar déficits con emisión generalmente provocan daños incontrolables. El problema de flujos de capital tampoco se resuelve por esa vía, sino con el estímulo para mejorar los saldos de la cuenta Capitales de la Balanza de Pagos y la flexibilización de la economía, pero eso conlleva mover las velas porque el viento cambió de dirección. Aún podemos.

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